Buena parte de los sanduceros se encuentran festejando alborozados, los 160 años de Paysandú “ciudad”, esto es, desde el acto administrativo que elevó la villa a la “categoría” de ciudad. No desde su fundación.
Nunca llegamos a entender el por qué del festejo, inventado durante la primera administración de Jorge Larrañaga a pura garra y corazón. Es más, no sabemos de festejos similares, porque lo que suele conmemorarse con orgullo es la fecha de fundación que, en el caso de Paysandú, lo mismo que Salto, se trató de un proceso fundacional que los historiadores sitúan allá por 1756, al punto que en el año 1956 se festejó el bicentenario de la ciudad y hasta se acuñaron medallas conmemorativas.
En el mismo sentido (de intento refundacional, digamos, por llamarlo de alguna manera) se inventaron una bandera y un himno.
En realidad la bandera de Paysandú fue la de la Liga Federal o de los Pueblos Libres, que alzó Artigas en Purificación, que luego tomaron como modelo varias provincias argentinas. No era necesario inventar otra.
Ahora bien, con el himno aconteció algo curioso: cuando nos encontrábamos en la Junta Departamental dispuestos a tratar la andanada de iniciativas (refundacionales) que nos había mandado Jorgito (como nos corregía su padre cada vez que llamábamos a su casa para hablarle) apareció su muy diligente Secretaria (de la Junta) de toda la vida, Srta. María Rosa De Santis, a advertirnos, a todas las bancadas, que tuviésemos presente que Paysandú ya tenía un himno, que databa de la década del 40 del siglo pasado (probablemente 1946) de la autoría del Maestro (de Música) don Bruno Goyeneche, ex Director (si no fundador) de la Banda Municipal, cuyo nombre lleva hoy una de las calles del pueblo. Y, aunque el mismo, por decirlo de alguna manera, había quedado “derogado por falta de uso” no era necesario inventar otro. De todos modos, nadie quiso ir en contra de la correntada que se había puesto de moda, de resultas de la cual hubo un montón de atropelladas iniciativas y obras (que de algún modo recrearon exponencialmente las tan criticadas “obras faraónicas” de la administración anterior) que no se destacaron precisamente por su calidad y duración (a manera de ejemplo, tribunas del Parque Artigas, rebautizado como Estadio y Terminal de Ómnibus, que se “comió” parte de la manzana de la Plaza de Deportes y en poco más de veinte años se volvió “vieja”). Y si bien la cosa da para mucho más, ese no es ahora el tema.
Todo esto nos recuerda el absurdo “hermanamiento” de Paysandú con otras ciudades del orbe que ya nadie recuerda, en los Estados Unidos y el Perú (parece cosa de locos), cuando -antes bien- nuestro hermanamiento real es con las ciudades argentinas limítrofes como Colón o Concepción. O si se prefiere ir más lejos, debería serlo con alguna que otra comuna italiana de la Liguria, conforme con la primera inmigración itálica que bien justifica a la Loba, primer monumento con que se encuentran hoy los viajeros que desde la ruta ingresan por Avenida Italia a nuestra ciudad.
Entretanto se robaron la pistola de Lavalleja del Museo Municipal, los huesos de Leandro Gómez del Mausoleo, construido a prepo en el centro de la plaza principal y unos energúmenos la emprendieron a martillazos contra algunas de las esculturas del Monumento a Perpetuidad, sin que nadie moviera un dedo tampoco cuando, frente a nuestros ojos, fueran destruidos lugares emblemáticos de nuestra “ciudad”. Solo pan y circo.
Entretanto también, sigue sin ser recordado en “La Heroica” Ricardo López Jordán, el último caudillo federal del Río de la Plata, nacido precisamente acá, quien se alzó virilmente contra Justo José de Urquiza cuando éste pretendió que nuestros hermanos entrerrianos fueran a hacer la guerra al Paraguay, luego de la caída de Paysandú, antesala de la infame y fratricida Guerra de la Triple Alianza, cuando la recién declarada “ciudad” ya tenía más de un siglo de rica historia sobre los hombros de su castigada gente. Cosas todas que, creemos, conviene que la gente sepa.
Dr. Gastón Pesce Echeverz
(ex edil departamental – PN)
