La poesía de Lepera decía: “…que es un soplo la vida… que veinte años no es nada…”. En el icónico tango «Volver» y que Carlos Gardel personificara en su voz.

Si 20 años es un soplo según Lepera, 50 años sería un instante y es entonces ese instante vivido tan poco, cuantitativamente en la vida de una persona, que se pueden redondear 48 años y decir que aquello ocurrido hace 48 años, fue hace 50 y nadie nos va a corregir. Sin dudas, el episodio al ser traído al presente se vuelve atemporal y revive el conflicto ideológico entre la izquierda tupamara y la derecha más ultra franquista (con sus diferencias y similitudes). En el medio quedan los actores modernos, que en política a veces se la juegan poco y transitan con insistencia por el camino de lo políticamente correcto. Lo bueno del soplo de vida que se llevó los últimos 48 años, es que podemos revivir más o menos con cierta coherencia los hechos y determinar con cierta precisión lo ocurrido. Pero los hechos en este caso, aún con 50 o 48 años de distancia, no son relevantes. Lo relevante es si se puede catalogar de «lesa humanidad» el hecho o si se puede aplicar el concepto de «obediencia debida» que alude a los supuestos de exención de responsabilidad por el cumplimiento de una orden de contenido ilícito. En síntesis, un soldado en el Marco de un procedimiento legal mata a un tupamaro capturado que había salido a «marcar» compañeros y que al intentar huir es alcanzado por una ráfaga de ametralladora, previa orden de alto. El simple cambio de personaje asesinado, cambiaría totalmente la carátula. Si en vez de ser un tupamaro hubiera sido un ladrón común, no sería un crimen de lesa humanidad y estaría en el peor de los casos prescripto. ¿Entonces por qué la justicia no lo ve así? Tal vez deberíamos preguntarnos por qué se escarba en el pasado reciente y no se usan los mismos esfuerzos para buscar (entre otras cosas) a los culpables de que un peligroso narco italiano haya salido casi caminando de una cárcel. O que el mismo día que se escapó Morabito, por una orden judicial se hayan inhabilitado las cámaras de la azotea de «cárcel central» por donde el italiano se fugó. 

Que el Ministro de Defensa o el Senador de Cabildo Abierto Raúl Lozano hayan cuestionado a la justicia son «2 pesos aparte». Porque ni es perfecta, ni es ecuánime. Podríamos decir que siempre que se equivoca lo hace sin la intención y tratando de interpretar la ley desde su capacidad profesional. Pero aún si así fuera, no habría necesidad de que los jueces de la Suprema Corte sean elegidos por la Asamblea General Legislativa por mayorías especiales y no necesariamente por su capacidad o antigüedad. De hecho, de los 5 miembros, el Gobierno de turno trata (si consigue las mayorías) de colocar 3 que sean afines a su ideología. Así se completa el órgano superior Judicial del Uruguay. ¿Cree aún después de 15 años y con venias que los amparan en sus cargos por 10 años más que la Justicia es imparcial? 

¿No le parece raro que se discuta esto en medio de la discusión por el desafuero de Manini Ríos? ¿Siendo este uno de los detractores más importantes de la Justicia uruguaya? ¿Era necesario tanto circo?

Voy a imaginar una hipótesis para tratar de contestar estas preguntas. Un operador (lobista) le germina la semilla del odio al fiscal especializado en crímenes de lesa humanidad Perciballe. Este investiga y condena al ex soldado octogenario. Las fieras saltan como culebras en una olla de agua hirviendo. La oposición recibe el guante y contrataca. Y por un rato no se habla más de Covid-19, feminicidios, rapiña en descenso, o conferencias de prensa que festejan goles en la hora. Por un rato hablaremos de lesa humanidad, pobres mártires muertos hace 50 años, una derecha que cuestiona la Justicia y una preocupación «casi» genuina por el carácter demócrata de Javier García. Todo un gran mamarracho. Empezando por la oposición, el Gobierno y terminando en los periodistas. Que hoy no sabemos bien a quién le hacen los mandados.

 

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