Por Marcelino Rodríguez

Nadie discute la legitimidad del reclamo, “a grito partido”, para saber lo sucedido con los desaparecidos. Ni en los eventos más duros de una guerra está contemplado este tipo de resultados para el enemigo, menos para aquellas personas inocentes y víctimas de conflictos bélicos.

De todas formas, más allá de lo que dictaminan las diversas normas a nivel internacional sobre Derecho Humanitario, homologadas por nuestra nación, estas cosas siguen sucediendo; al igual que con los delincuentes comunes, el aumento de las penas y el presuponerse en el futuro presos a raíz de las posteriores investigaciones – hayan violado las mismas desde cualquier investidura, posición social o motivo – no los inhibe para cometer las más inverosímiles atrocidades.

Ya sea como responsables de un gobierno y brazos ejecutores de sus políticas de seguridad, defensa nacional o como integrantes de un grupo armado, revolucionario que enarbola distintas causas, intereses y se entremezclan con el crimen organizado. En cualquiera de las circunstancias siembran el terror en los habitantes de un país con idéntica impunidad, encubiertos o fuera de la ley.

Pese a que conforman la misma escoria social, residual con un aparato y entorno que consciente, es cómplice o indiferente – según con el cristal que se mire -, muchas veces e increíblemente generan seguidores entre fanáticos y militantes que los idolatran así hayan hecho penar a sus pueblos.

Luego de la salida de la dictadura con el “Pacto del Club Naval” y el otro, del cual poco se menciona y habla: el “del Silencio” – el más importante de todos que, subyace como lo que no se ve del iceberg – entre la guerrilla oriental y las fuerzas de seguridad protagonistas de la “Historia reciente”, hubieron intentonas serias y otras para la tribuna llevadas adelante por los gobiernos democráticos posteriores, en busca de saber qué aconteció realmente.

Se logró dar con los restos de algunos desaparecidos y con ello demostrar que no era fábula lo que se denunciaba.

En particular durante el imperio de los gobiernos progresistas, pero como nada es perfecto, surgieron los bemoles que asisten a cualquier sistema y sus personeros – siempre que el problema o él debe, en definitiva y a la larga no es personal, familiar; directamente le pertenece al otro por más “compañeros” que se proclamen – producto de la distracción, el desgaste que experimentan los gobernantes por más asesores y lacayos que le susurren o no al oído. Además suele ser un tema tan álgido que, nadie quiere lidiar menos cargar sobre los hombros sin resolución definitiva; a pesar de los avances entre discursos, compromiso y exclusividad de su defensa.

Ha quedado demostrado que ello puede relativizar, dependiendo de donde se mire, el lugar en que se esté y cuáles son las ventajas e inconvenientes. Da paso a partir de ahí al cinismo, hipocresía y demagogia producto de lo que el sistema hace con la mayoría de sus operadores – tarde o temprano – por más indestructibles, invencibles y convincentes que sean o se muestren.

Los deglute rápida o lentamente y los ubica en contexto, al grado tal de contar con la capacidad de encubrir o hacerse los distraídos, dejar pasar aspectos que nadie imaginaría por su delicada y alarmante importancia. Más aun tratándose de los propios interesados, así sean colaterales.

Quedó velado con las famosas actas de los Tribunales de Honor que al parecer nadie las vio y que salieron a la luz por el periodismo. Evento que implicó un revuelo político, lamentablemente con acusaciones cruzadas, el palabra contra palabra y como siempre los familiares en el medio.

Las autoridades de turno involucradas – como no puede ser de otra manera – hicieron frente común, emplearon el clásico mecanismo de defensa; incluso dieron crédito a sus actuaciones y en definitiva todo quedó en la nada, salvo limpiarse de las firmes sospechas.

En ese entrevero quedó seriamente cuestionado el propio Presidente de la República en ejercicio – hoy fallecido -, su Prosecretario – el que pasea su valija por la Plaza Independencia mientras la prensa lo persigue, con el fin de obtener declaraciones sobre las denuncias de viajes al exterior y gastos innecesarios -, ministros de defensa, generales y comandantes en jefe del Ejército – salientes, en tránsito y entrantes -; todos en franca evidencia y sin demasiado margen para hacer “voleos de rostros”.

Por supuesto estos últimos al estar sujetos a jerarquía, salvo autorización, no cuentan con fueros para hacer declaraciones públicas, menos derecho de réplica. Este estado de subordinación deja el campo orégano para que los avezados amantes de la dialéctica discursiva, con mayor razón, los propios interpelados – investidos en sus respectivos cargos y fueros – se despachen convenientemente con explicaciones y argumentos que, más que aclarar confunden adrede para de esta forma deslindarse de la situación y caer como los gatos, siempre parados.

De esa manera dejar – para los ilusos – los fantasmas y el cuco de la conspiración del lado de los militares y algún funcionario civil de porte, pero no del molino partidario en cuestión. Así los militares – en actividad o ya retirados – y los profesionales, técnicos que participaron en tales eventos declaren firmemente que se había dado cuenta del tenor de dichos documentos a la máxima autoridad de la Cartera; ni la mayoría de testigos en contra sirve para hundir y responsabilizar legítimamente a estos personajes del arte de la política, viejos lobos de mar y equilibristas de circo.

Recuerdo la frase: “No aclares que oscurece” y que bien se aplica a las declaraciones del ex ministro que, ocupó dicha Secretaría de Estado en los últimos estertores de los gobiernos progresistas.

Lo más increíble es que, nada lo exonera por más programa de televisión donde oficiara de panelista, invitación que se le hiciera a entrevistas para hablar sobre el tema, hacer sus descargos, defender a su antecesor, a sí mismo y dejar lo más bien parada la estructura Poder Ejecutivo de las acusaciones y responsabilidades, en cuanto a no haber tomado los recaudos al respecto. En ese tuya y mía volvían los familiares a ser espectadores de una nueva puesta en escena, que ahonda más el dolor y la angustia por el desconcierto el no encontrar respuestas al intransferible calvario que viven.

Ni la verba extendida, prolífera impidió que se hundiera en ese mismo lodo, donde ha permanecido el compromiso de dar con los desaparecidos.

Para variar en un “raptus” de lirismo ético y democrático, en pos de justificar las conductas de aquellos que se ven seriamente comprometidos – por haber estado omisos o no ser coherentes con su prédica – y toman cualquier atajo para distraer de lo que realmente sucede; le vino como anillo al dedo hacer público – casi en una conducta infantil – el diálogo con el Comandante en Jefe. Este había realizado declaraciones con respecto a no acompañar acontecimientos que vinculan desaparecidos, hasta que no se confirmen.

Cuestión que se interpretó como el no reconocimiento de la existencia de los mismos e hizo que el “valiente” Ministro lo increpó y como a un “gurí chico” le diera un buen reto, no un “coscorrón” – está prohibido -; obligó a que aclarara sus dichos sobre lo que había expresado en relación con poner en dudas hechos de desaparición forzada. Desperdició el jerarca castrense y sin nada que perder, una imponderable oportunidad para solicitar su retiro e irse dignamente, con la cabeza en alto sin antes darse el lujo – dentro de las cuatro paredes del despacho del Ministro – de ubicar en su lugar a éste otro médico.

Lo más indecoroso fue relucir públicamente tal apercibimiento, cuando debería haber permanecido en reserva, como caballeros; algo del cual este mortal – al parecer símbolo del moralismo – dista mucho de esa categoría.

Los ciudadanos en general solemos sucumbir ante la verborragia del político hábil declarante que, salvo temas que rompan los ojos y sean de orden penal, sus omisiones, decisiones discrecionales o caprichos muy difícilmente tienen consecuencias y salen airosos sin que nadie les exija un ápice de responsabilidad, sean del cuadro de “los compañeros” o de sus adversarios, considerados “los oligarcas”.

Lo que es peor, sin destilar un gota de vergüenza, autocrítica, reflexión y con esa actitud alevosa se irán con los secretos, hayan sido parte u oficien de proyección de este entuerto en la actualidad; del cual presiento que llevará muchísimo tiempo salir del mismo.

Será trabajoso y estresante tanto para quienes vivieron la época en cuestión, como para quienes se la contaron, la estudiaron y preocupó tratar de dilucidar qué sucedió; ubicar en contexto a los supuestamente malos y buenos que, como en toda historia humana – me atrevo a asegurar – debe estar repartida entre pecadores y consagrados. Hay mucho para destilar, descubrir todavía.

Se puede concluir que, más allá del proselitismo que ha hecho el Frente Amplio con los “DDHH” – siendo oposición, ni hablar como gobierno durante 15 años con la compañía, adhesión de la totalidad de las organizaciones sociales – se defecaron en la memoria, sed de “verdad y justicia” que requieren los familiares de los desaparecidos.

Lo de las actas no tiene explicación, excusas posibles, es un acto de traición y deslealtad proveniente de quienes dijeron ir contra todo para esclarecer las violaciones de Derechos Humanos y obtener la verdad.

Prueba de ello y mucho antes de que aparecieran las famosas actas que nadie se percató o le restó importancia y, si pasaba mejor, fueron las sorprendentes declaraciones a la prensa de familiares, cuando denunciaban que era imposible acceder a los archivos, información en posesión de las “FFAA”; a raíz de que el propio gobierno progresista ponía obstáculos para ello. En su momento era Ministro de Defensa el extinto Eleuterio Fernández Huidobro.

Con qué moral entonces se puede acusar a militares, policías y civiles de no decir lo que cometieron, si parte de los guerrilleros tampoco asumen lo suyo, menos los que nunca fueron juzgados. Si además muchos de éstos últimos y complacientes, habiendo sido parte de los gobiernos democráticos, contando con todo el poder para ello, documentación a su disposición y subordinación de las fuerzas de seguridad no lograron absolutamente nada.

Salvo los hallazgos producto de revelaciones de personas que han sido testigos o arrepentidos, pero no de profusas y abocadas investigaciones viscerales desde el Estado.

Es impensable no interpelar a los distintos gobiernos – desde la salida de la dictadura – por omisos, renuentes en investigar y conocer objetivamente la verdad de los acontecimientos; someter a los imputados al imperio de una Justicia que no se vuelva sutil y subliminalmente “popular”, no se deje llevar por presiones, condicionamientos de nadie.

Además de cumplir con los requisitos del debido proceso, las pruebas se basen no solo en los testimonios de las víctimas, testigos sino también en indicios que respalden esos relatos e impliquen a los acusados en conductas de lesa humanidad, para decretar su correspondiente condena. Aplicar el mismo modus operandi, consideración que se emplea en la órbita penal para el presunto delincuente, cuya acusación no solo reside en las declaraciones de la víctima sino en encontrar las evidencias que sustenten y conduzcan a la formalización del “reo”.

Es hora de ayudar – todos sin excepción – a salir del natural, racional y emocional encono, enfrentamientos entre los actores directos, familiares de detenidos, desaparecidos con todos aquellos que estuvieron del otro lado, militares, policías, civiles y sus seres queridos; pues estos últimos también tienen sus pérdidas, angustias, reclamos y deudas que cobrar si vamos al caso.

Penosamente y más allá de repartir, imputar responsabilidades, aquí los únicos individuos, actores directos y execrables de estos tristes hechos del pasado – entre fallecidos, con vida, presos, en libertad consagrados en cargos políticos, públicos o ya en cuarteles de inviernos – que, además nos dejan este legado insalvable son duplas como: Álvarez, Sendic; Gavazzo, Mujica; Silvera, Topolansky; Trocoli, Huidobro; Cordero, Marenales; Sande, Bonomi; Bordaberry, Perez; Ferro, Vazquez; Rama, Engler; Aguerrondo, Rosencof y seguiríamos con una lista interminable que fueron parte, protagonistas de esta oscura historia contemporánea del Uruguay.

Nómina significativa. Deberíamos pedirles a estas “nenas”, “nenes” venidos en edad y con vida todavía, que rompan el pacto.

Mientras tanto se seguirá preguntando, particularmente los seres queridos de aquellos que no cuentan con digno sepulcro para honrar sus memorias:

“¿Dónde están?

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