Por Aldo Mazzucchelli.-

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El periodista Leonardo Haberkorn dedica su columna del martes pasado en el espacio radial llamado Rompekabezas a comentar, e intentar criticar, mi artículo del número 15 de eXtramuros.

Está muy bien, es un aspecto positivo el que Leonardo haya comprendido que hay un punto importante en esto de los Ct, y tome ahora la cuestión de la confiabilidad de los tests PCR. A diferencia de otros medios que hemos criticado ásperamente por ignorar todo atisbo de crítica a la absurda conceptualidad pandémica pública, Haberkorn ha tenido los reflejos periodísticos de intentar observar uno de los varios problemas que venimos reportando desde eXtramuros.

Sin embargo, Haberkorn presenta en su columna algunas cosas de modo distorsionado. Ignoro las razones de la postura que viene adoptando Leonardo, pues esta no es la primera vez.

  1. Lo que publicamos sobre Ct no es “mi opinión”: es un informe basado en sólidas fuentes científicas -cosa que Leonardo Haberkorn elude mencionar

Ahora, por ejemplo, insiste en presentar lo que publicamos en el número pasado como la opinión de quien firma. Constantemente dice Leonardo en su columna radial cosas como “afirma Mazzucchelli” o “dice Mazzucchelli”, sin dar clara y explícita cuenta a su audiencia de que lo que mi nota afirma está basado en los estudios científicos de la revista Science acerca de la conveniencia de conocer el Ct a la hora de sopesar un resultado por PCR, y en el estudio de Bernard La Scola et. al. que demostró sólidamente los niveles de error que presentan los tests PCR-RT para SARS-CoV-2, además del asesoramiento de expertos locales. Como veremos, ahora también la OMS advierte de lo mismo.

La relevancia del trabajo de La Scola es que ha estudiado 3.790 casos, cultivando de ellos todas las muestras positivas, para determinar en cuáles existían o no realmente virus activos, correlacionándolas con los ciclos Ct empleados en cada caso. Ese estudio arroja que ese “patrón oro” del PCR tiene debilidades y márgenes de error verdaderamente inaceptables, como se afirma en nuestro informe citando expertos científicos que tienen la autoridad para declararlo. De modo que de ninguna manera se trata de la opinión de quien firma.

Al convertir el informe de nuestra revista, basado en fuentes científicas, en una mera nota de opinión de un PhD en Letras, lo que hace Leonardo subrepticiamente -igual que lo hizo en su desafortunada columna de enchastre de mis colegas Andacht, Bolón, Bayce, Marchese, Sarthou y otros- es intentar socavar la autoridad de lo que nuestro informe declara, ocultándole a su audiencia que lo que afirmamos lo afirmamos en base a investigación científica de terceros, no en base a “opinión” propia.

Luego, él reporta haber entrevistado a un uruguayo que estudia en Francia -el cual sustancialmente confirma lo que decimos en nuestra nota-. Lo mismo hace un respetuoso y calificado Dr. Arturo Briva, a quien Leonardo también consulta. Es que nuestra nota no es nuestra opinión, sino que nosotros consultamos expertos uruguayos -no en este caso estudiantes, sino intensivistas de prestigio, y jefes de laboratorio de la UdelaR, que nos vimos y nos vemos inhibidos, por un acuerdo de protección de la fuente, de citar. Es de esas fuentes científicas locales que tomamos elementos fundamentales para los hechos que venimos afirmando.

Supongo que también Leonardo sabe ya que el nivel de presiones, e incluso amenazas veladas o abiertas, que recibe cualquiera que esté hoy en el ámbito de la política de la salud y no siga la liturgia oficial, es descomunal, y el riesgo de perder el trabajo o al menos quedar aislados de sus colegas es demasiado grande. Es por eso que los expertos con opiniones distintas no están, en su mayoría, dispuestos a hablar en público sobre lo que declaran abiertamente en privado, respecto del inmenso carácter de negocio que presenta esta “pandemia”, tal como se la está conduciendo, para varios agentes, laboratorios y sectores del mundo de la salud, y cómo este negocio viene, para decirlo suave, presionando el esquema conceptual con el cual la medicina y el diagnóstico se habían conducido hasta aquí. Si uno toma un poco de distancia y escucha el discurso, queda claro que lo fundamental hacer muchos tests, y vender muchas vacunas. Todo lo demás queda un poco en segundo plano.

Se nos ocurre que cualquier persona con mentalidad independiente debería examinar por sí mismo esta pregunta: ¿es, o no es, esta repentina obsesión global con reducir todo a un test PCR masivo, y a una vacuna masiva, funcional a los negocios y al poder de las fuerzas más comerciales y políticas de la salud y la ciencia? Esta pregunta corresponde hacerla tanto a nivel global, como a nivel local.

  1. La cantidad de ciclos que se usan en el Uruguay no puede determinarse leyendo el folleto de un laboratorio, como lo hace Leonardo Haberkorn

Reducir una nota de investigación periodística a una opinión sin sustento es, pues, el primer error en el que incurre, me parece, Leonardo Haberkorn. Pero lo más increíble y que conociéndolo aunque sea de lejos como lo conozco, realmente no esperaba, es que Leonardo diga que, cuando nosotros afirmamos que no es conocido el número exacto de Ct con que se opera en el Uruguay, es porque no leímos el folleto del test de ATGen…

¿Es posible una ingenuidad mayor? Leonardo cree que porque el folleto de ATGen presenta una tabla de “interpretación de resultados” en donde se lee “<35” para muestra positiva, y que debe repetirse el test para valores de 35 a 39, eso es lo que hacen los laboratorios que hoy están haciendo el test PCR-RT. Conociendo el trabajo anterior de Leonardo Haberkorn, estoy seguro de que este no es el mejor ejemplo de la calidad de periodismo -o de razonamiento- de la que es capaz.

No, Leonardo. Cuando nosotros afirmamos -y seguimos reafirmando- que, como dijimos en nuestra nota, no se informa oficialmente el número de Ct con el que se corren los tests PCR en Uruguay, no es porque no hubiésemos leído la información técnica proporcionada por el test de ATGen. Es porque manejamos tres fuentes, independientes entre sí, que nos dicen que los valores hoy aceptados para los “positivos” en Uruguay corresponden, al menos en un número importante de prestadores del servicio, a 39 ciclos.

Primero, una científica que trabaja en los tests que ofrece un conocido hospital de Montevideo ubicado en la zona geográficamente céntrica de la capital, declaró en privado a una de nuestras fuentes principales, hace unos cuantos días ya, que “estábamos corriendo a 35 Ct, pero subimos a 38-39 porque los números no daban“. “Los números no daban” significa: “no estábamos obteniendo suficientes casos positivos”.

En segundo lugar, en un reciente congreso de infectología pediátrica fue informado, por uno de los participantes que tiene cómo saberlo, que 39 es el número de ciclos que se está empleando hoy.

Y tercero, porque este valor de 39 ciclos está confirmado una vez más por una indicación del MSP en nota complementaria a los prestadores de salud del día 7 de diciembre, que también publicamos.

Es decir, en Uruguay, salvo nuevo aviso, no se emplea exclusivamente un Ct de hasta 35, como cree e informa Leonardo Haberkorn, luego de citar exclusivamente el folleto entregado por un laboratorio comercial que estaría -según fuentes que no he podido comprobar de modo independiente, y por eso no doy el número aquí- recaudando una cifra muy importante de dólares semanales por ese desinteresado servicio a la salud del Uruguay.

Por ende, la contundente afirmación de Leonardo en su columna, “no hay en Uruguay positivos de más de 35”, es falsa.

Y conste que aun a un Ct de 35, según el estudio de La Scola, un 97% de los positivos serían falsos (noventa y siete por ciento: no es “mi opinión”, es la conclusión del estudio más completo realizado hasta el momento). Eso olvida decirlo Leonardo, que se concentra en intentar desmentir un valor de 40 o 45 -que yo nunca dije que fuese el que se usa en Uruguay.

A un Ct de 39, según los estudios citados en nuestra nota anterior, el 99 o 100% de “positivos” son, esencialmente y desde el punto de vista de la confiabilidad científica, basura. No significan nada. Es con ese valor -salvo que el MSP nos desmienta, o atienda nuestra solicitud de información presentada formalmente y por ahora postergada repetidamente- que se obtienen los valores que sustentan el estado de pánico que los grandes medios arrojan sobre la población.

Agrego una información nueva. Incluso la Organización Mundial de la Salud se ha visto en la obligación de reconocer el problema que nos ocupa. Véase este aviso a los prestadores de tests PCR emitido el día 7 de diciembre. Recomendamos al lector que vaya a mirarlo antes que la OMS lo retire, como ha venido haciendo con una cantidad de materiales, acaso con el fin de resguardarse de sus propios zigzags y barquinazos.

En su parte sustancial, dice la OMS:

Descripción del problema: La OMS ha recibido información de los usuarios sobre el elevado riesgo de obtener resultados falsos de SARS-CoV-2 al analizar muestras con reactivos de RT-PCR en sistemas abiertos.

Como en cualquier procedimiento de diagnóstico, es importante señalar los valores predictivos positivos y negativos del producto en una población de prueba determinada. A medida que disminuye la tasa de positividad del SARS-CoV-2, también disminuye el valor predictivo positivo. Esto significa que la probabilidad de que una persona que tenga un resultado positivo (SARS-CoV-2 detectado) esté realmente infectada por el SARS-CoV-2 disminuye a medida que disminuye la tasa de positividad, independientemente de la especificidad del ensayo. Por lo tanto, se alienta a los proveedores de atención de la salud a que tengan en cuenta los resultados de las pruebas junto con los signos y síntomas clínicos, el estado confirmado de cualquier contacto, etc.

Los usuarios de reactivos de RT-PCR deben leer atentamente la IFU para determinar si es necesario ajustar manualmente el umbral de positividad de la PCR para tener en cuenta cualquier ruido de fondo que pueda dar lugar a que un espécimen con un resultado de valor de umbral de ciclo (Ct) alto se interprete como un resultado positivo. El principio de diseño de la RT-PCR significa que para los pacientes con altos niveles de virus en circulación (carga viral), se necesitarán relativamente pocos ciclos para detectar el virus, por lo que el valor Ct será bajo. Por el contrario, cuando las muestras devuelven un alto valor de Ct, significa que se necesitaron muchos ciclos para detectar el virus. En algunas circunstancias, es difícil determinar la distinción entre el ruido de fondo y la presencia real del virus objetivo. Por lo tanto, el IFU indicará cómo interpretar los especímenes en el límite o cerca del límite de positividad de la PCR. En algunos casos, la IFU indicará que el límite debe ajustarse manualmente para asegurar que a los especímenes con altos valores de Ct no se les asigne incorrectamente el SARS-CoV-2 detectado debido al ruido de fondo.” [los resaltados son nuestros]

De modo que hasta la OMS lo está remarcando ahora: los tests PCR con un alto valor de Ct (superior, según lo que hemos visto, a 25 o 30 ciclos, y absolutamente inaceptable por encima de 35) arrojan un número alto de falsos positivos, pese a lo cual toda la información pública del Uruguay, incluyendo el discurso de sus “autoridades científicas”, insiste en presentar esos resultados, científicamente inválidos, como el cimiento de todas las políticas públicas y privadas en curso.

De modo que, dejando por aquí nuestro breve desencuentro con Leonardo Haberkorn, ni lo que publicamos es nuestra opinión -para la que no tenemos calificaciones médicas o científicas, como tampoco las tiene Haberkorn-, sino que es la opinión, honesta y abiertamente presentada de acuerdo a todas las reglas de la investigación aceptables, de fuentes científicas que sí tienen la autoridad para hacerlo. Y el número de Ct para Uruguay no es el que indica un folleto de ATGen, no sólo porque múltiples fuentes directas dicen lo contrario, sino porque además -en la medida en que no se conoce públicamente el estándar que pueden y deben manejar los varios laboratorios y empresas que hoy por hoy aplican los tests PCR-RT a toda la población de Uruguay- otros laboratorios y empresas que operan en este mercado en el Uruguay pueden usar el número que se les antoje.

Es función de la investigación desconfiar. Si una empresa que está vendiendo el servicio de tests PCR precisa un número importante de positivos para justificar mejor su negocio actual, ¿no existirá una tentación de alguna de esas empresas por aumentar un poquito los ciclos para obtener más “casos positivos”, aunque la calidad de los resultados se resienta?

3 –   Especializaciones distintas

Como muy bien lo dicen los excelentes comentarios del Dr. Arturo Briva, intensivista de la Española cuando Leonardo Haberkorn lo entrevista al respecto, es fundamental que existan cuestionamientos: “Una cosa es escribir una columna de opinión. Y está muy bien, porque en una columna de opinión vos podés poner todas las cosas a favor y en contra, cuestionar y ser escéptico de todo, y está bien, nos hace bien, que haya escépticos y cuestionadores, así es como avanzamos“, observaba el Dr. Briva respecto de nuestro artículo del número pasado, que amablemente se tomó el tiempo para leer.

En efecto, en todas las sociedades complejas y especializadas como esta en que vivimos, quienes estamos formados en distintas cosas tenemos que cumplir distintos roles. Desde luego, esa distancia y la diferencia de puntos de vista hace a la salud de un sistema de discusión, y declaro abiertamente que me parece muy razonable la posición del Dr. Briva cuando observa: “pero también es cierto que una cosa es pasar de la columna de opinión a la decisión“. Es verdad. Él tiene que tratar con enfermos con riesgo serio de vida. Nosotros, más modestamente, examinamos, interpretamos y criticamos la información y los relatos que condicionan, a veces de modo decisivo, el funcionamiento de la sociedad.

En efecto, no es el rol del quienes buscamos investigar en lo conceptual de la situación, meternos en las decisiones médicas en cada centro de salud, ni en razonables opiniones de personas que tienen que tomar decisiones respecto de la salud de sus pacientes. Eso nunca estuvo en cuestión ni lo está.

Lo que está en cuestión es la conceptualización biopolítica general de la pandemia, desde su raíz.  Y esta conceptualización afecta la actuación y el razonamiento incluso de los médicos, que no son inmunes a ella.

Esa conceptualización está condicionando desde el principio lo que se piensa, se opina y se hace. Está respaldando decisiones que se presentan bajo un espectro de razonabilidad, cuando antes lo que se ha hecho es eliminar todas las opiniones disidentes, y todos los chequeos reales que la racionalidad y la proporcionalidad deberían oponer. Esa es una “nueva normalidad” conceptual, cuyo aspecto nauseabundo y carente de sustento científico, sentido común, y humanidad, se huele a kilómetros. Es a ese marco conceptual inédito impuesto en el mundo entero, al que Uruguay se está viendo obligado a plegarse.

Este marco conceptual ha introducido una serie de elementos narrativos que pueden condicionar el pensamiento y las conclusiones de quienes se guían por la “opinión pública”. En la base de esa conceptualización está el uso generalizado de tests PCR como “patrón oro” del diagnóstico poblacional, sustituyendo el trabajo clínico de tiempos normales, y distorsionando las buenas prácticas habituales en los centros de salud.

Lo anterior tampoco es mi capricho: me limito a recoger la opinión calificada, alguna de la cual cito en mi artículo anterior: no solo nunca antes se tomó la prueba PCR como elemento único de diagnóstico, sino que siempre se desconfió -hasta este año- sabiamente de ello, y siempre se priorizaron -hasta este año- elementos clínicos -signos y síntomas- y otro tipo de comprobaciones y herramientas diagnósticas más sólidas, antes de declarar a alguien enfermo de algo. Lo mismo siguen haciendo, me consta, los doctores e intensivistas de experiencia, en sus hospitales. Pero ese no es el panorama a nivel de la opinión pública, ni de las políticas de salud pública. Este año, en cambio, la opinión pública está convencida de que “caso” equivale a “enfermo Covid”, y muy pocos o nadie entre los que llevan la voz cantante hace demasiado por aclarar que no es así.

Así es que cuando se impone el PCR como una especie de nueva conceptualización médica popular, el deber de quienes intentamos buscar los hechos ciertos -en lugar de sumar para una causa política u otra- es cuestionar por qué se hace esto, cuáles son los efectos prácticos, y cuáles los efectos conceptuales que debemos comprender y manejar. Y así como los médicos son expertos en el tratamiento de los enfermos, quienes venimos planteando estas críticas a nivel conceptual -Fernando Andacht, Alma Bolón, Rafael Bayce, entre otros- estamos formados y somos expertos, cada uno con sus matices, para el análisis e interpretación de narrativas, de marcos conceptuales, de signos y comunicación. De modo que a cada cual lo que le toca.

  1. Una guía descriptiva de la “nueva normalidad conceptual” de 2020

La pandemia tiene elementos estrictamente médicos, tiene elementos científicos de orden infectológico, virológico, estadístico, etc. Pero tiene también, y en lugar bien central por cierto, elementos narrativos y conceptuales que han construido determinada forma de pensar masiva. Y todo ello plantea un horizonte de expectativas -como se le dice en la teoría hermenéutica- que puede comprometer la calidad de nuestros razonamientos. Dicho más simple: en virtud de una “nueva normalidad” conceptual, ahora parecen sensatos razonamientos que hace un tiempo no lo parecían. Es que la calidad de esos razonamientos está enmarcada por los conocimientos previos, -incluyendo la experiencia profesional aplicada y los saberes técnicos- pero también por los elementos conceptuales novedosos que se integran a una situación, sobre los que normalmente no tenemos una interpretación ya formada, y sobre los cuales, por tanto, debemos intuir, orientándonos por lo conocido, para ir hacia eso desconocido. Cuando se manipulan los datos y los parámetros, estos condicionan nuestras interpretaciones nuevas. Y cuando se presiona con elementos adicionales de tipo moral o ético para que nadie se aparte de la nueva verdad revelada, esa orientación e intuición libres se ven seriamente comprometidas. Todo ello se estructura en una trama que instala una lógica propia. En este caso, ha sido la política médica, o la política de la medicina y la ciencia, la que ha introducido una cantidad de elementos conceptuales nuevos.

Entre ellos hay algunos tan extraños como evidentes, que son de génesis súbita, conjunta y coordinada, este anno Domine 2020:

* El concepto de que la saturación de los hospitales tiene preminencia sobre la economía y la vida y la libertad de la población, y prácticamente sobre todo lo demás. [Pasamos de preocuparnos por la calidad de vida y salud de las inmensas mayorías, a preocuparnos por una situación hipotética, que prácticamente todos los años se produce en un número de hospitales, sin que por ello haga falta detener el mundo y arruinar la atención de la salud en general, como sí se hizo este año. Este año tampoco se produjo esa saturación anunciada salvo en un puñado pequeño de lugares, pero entonces se argumenta que es gracias a las medidas (argumento circular, e inválido)].

* El concepto de que la censura masiva y a mansalva que se está practicando está justificada, porque cualquiera que cuestione la “nueva normalidad” conceptual es un “conspiranoico” o una suerte de agente de los nazis, como publicó aquí mismo alguien, gracias a la generosidad de nuestro Comité Editorial. [Pasamos de la libertad de expresión irrestricta en las democracias, a una censura global ejecutada por las grandes plataformas tecnológicas como Twitter, Google y Facebook, monopolios privados de hecho. Pasamos, de valorar la valentía del que investiga la verdad pese a que no tenga nada para ganar con ello, a tildar de conspiranoicos y a censurar a esos ciudadanos que buscan la verdad, y a aplaudir y elogiar a los censores, a los calumniadores y a los buchones, por sus supuestos niveles de “responsabilidad social“. Pasamos a enchastrar a los científicos independientes por atreverse a discutir un repertorio ecuménico cientifista de verdades teológicas de pacotilla, que solo defiende la acostumbrada tropa de desinformados rotundos que asuelan las redes sociales].

* Que no es prioritario hacer tests muestrales serológicos, pero sí se debe insistir con los PCR-RT de pésima confiabilidad -de modo que no sabemos estimar a ciencia cierta cuántos infectados reales hay en la población, pero en cambio podemos regular el discurso subiendo y bajando el número de tests y el número Ct. (En los últimos días pareciera que las autoridades locales van a encarar por fin los estudios serológicos que podrían haberse intentado en marzo). [Pasamos de intentar conocer a ciencia cierta los hechos médicos paciente a paciente, a aplicar una estrategia de diagnóstico masivo no confiable, cuyos resultados para la generación de un clima de pánico, y cuyo beneficio financiero para buena parte de los agentes que controlan ese discurso, es elemental].

* Que la vacuna -incluso vacunas inseguras, y que no ofrecen confiabilidad ni serían responsables ante la justicia por los efectos nocivos que pudiesen causar- es la única solución. [Pasamos de un Estado que buscaba aplicar la responsabilidad penal a quienes perjudicasen masivamente a la población, a un Estado que se convirtió en aliado de quienes acaso perjudiquen masivamente a la población, y encima a costo de esta última -pues los eventuales juicios los terminará pagando el Estado, y no las corporaciones privadas de BigPharma].

* Que debe eliminarse del repertorio una comprensión matizada del rol, en el combate a la enfermedad, de las diversas formas de inmunidad que tenemos los seres humanos, incluyendo el factor de la inmunidad de rebaño (recordar cómo se castigó en los grandes medios a Suecia por su enfoque). [Pasamos de todo el saber epidemiológico recibido, a un mamarracho conceptual, cuyo carácter chaplinesco ningún epidemiólogo serio -hemos publicado aquí a unos cuantos- entiende].

* Que deben ignorarse por parte de las agencias reguladoras -e incluso reprimirse activamente del imaginario público– todos los otros tratamientos que médicos prestigiosos han recomendado en base a su propia experiencia clínica de este año -sea ivermectina, hidroxicloroquina, u otras, todas ellas estigmatizadas como drogas “políticas”, con la correspondiente “demostración científica” de su inconveniencia en papers semicocidos, hechos a pedido y a medida, o directamente truchos, alguno de ellos publicado -y luego tenido que retirar- incluso en The Lancet, pero que los desprevenidos pueden seguir citando, aun después de humillados y extintos, como fuentes de autoridad. [Pasamos de promover medicinas de costo bajo, seguras y con un funcionamiento razonablemente comprobado (dentro de las condiciones de un tiempo excepcional), a promover exclusivamente medicinas caras, pero mayormente ineficaces, y vacunas que aun no existen, cuya eficacia es muy difícil de medir, y cuya necesidad masiva es más que dudosa. Pasamos de juzgar las medicinas de acuerdo a su eficacia clínica, a juzgarlas ideológicamente, según qué político las elogió.]

*Que esta pandemia es tan única y tan peligrosa -pese a su modesta tasa de letalidad por infectado hoy reconocida incluso por la OMS- que está des-recomendado -o directamente prohibido- hacer autopsias -de modo que no se pueda comprobar fehacientemente las causas reales de muerte de los muertos “Covid”, blindando así las cifras oficiales. [Pasamos de querer comprender las causas y efectos de una dolencia a fin de combatirla mejor, a ocultar los hechos de esa dolencia, e impedir que se investiguen, por todos los medios.]

* Que los fallecidos que tengan un test PCR positivo -el mismo PCR-RT positivo de pésima confiabilidad- serán todos declarados oficialmente muertos Covid, aunque las comorbilidades que hayan estado presentes sean cáncer, un ACV, y otras condiciones similares (Pasamos a etiquetar las muertes de acuerdo a criterios de conveniencia discursiva -o de indemostrable “conveniencia epidemiológica”-, en lugar de seguir priorizando el sentido común médico. Ya hay estudios, como este para Estados Unidos, y otros como este, o como este, que demuestran que no existe un exceso de muerte por Covid, y que alertan que, por lo tanto, la explicación tiene que ser que se esté cambiando la carátula de muerte, atribuyendo a Covid-19 muertos por otras dolencias. ¿Cuándo antes se anotó como muerto “de gripe” un fallecido por cáncer o por ACV (como este caso en Uruguay) que, además, contrajo una gripe al final de su agonía,o que simplemente dio positivo a un nada confiable test PCR post-mortem?).  Ver al final [*].

* Que las mascarillas continuas, incluso para caminar en soledad por la rambla o por el campo, son otro de los “patrones oro” de la pandemia y que deben integrarse “para siempre a nuestra vida” como dijo alguna “experta” universitaria hace unos meses, pese a que existen muy serios estudios de recopilación que sugieren en contrario. Esos estudios deben ser activamente ignorados, y enchastrados sus autores como anticientíficos y conspiranoicos. [Pasamos de un uso excepcional y racional de las mascarillas, a convertirlas en el signo por excelencia del acatamiento, pese a mucha información en contrario. Pasamos a ocultar la información que contradiga la necesidad del acatamiento.]

* Que el riesgo sanitario supuesto en base a todo lo anterior, justifica que se suspendan por tiempo indeterminado el respeto y cumplimiento efectivo de normas constitucionales que protegen libertades esenciales de los ciudadanos. [Pasamos de valorar por encima de todo la libertad, a valorar por encima de todo cualquier otra cosa, menor y parcial, y que no está nunca bien clara.]

* Que se deba dar a cucharadas en la boca a la población, todos los días por los grandes medios, un relato que contribuye a hacer desaparecer la responsabilidad individual y la libertad individual, y se reemplace eso por un menú de autoritarismo paternalista y cientifismo barato. [Pasamos del periodista que busca modestamente informar, al escriba editorialista que cree que su función social más alta es repetir el menú que se le dicta desde el poder. No le interesa leer ni investigar ni discutir: le interesa ver cómo queda bien ante la patota de Twitter].

Ésta “nueva normalidad conceptual” pesa sobre los médicos también, y les exige de modo muy estricto que determinados hechos y prácticas se vean ahora como posibles y aun beneficiosos -cuando antes la buena práctica médica no los había visto así-, y pasen a intentar ser confirmados por todos los medios, mientras que otros se verán como inverosímiles debido a la misma lógica que la narrativa instala.

De modo que, la sensación de cautela que el Dr. Briva declara en su entrevista, relacionada con la “incertidumbre” que el mismo Dr. menciona, es ahora razonable. Pero esa razonabilidad está preparada por el estado de pánico generalizado, el estado de excepción, de “nueva normalidad” impuesta por fuerzas discursivas y políticas muy anteriores a los juicios que pueda hacer cualquiera de nosotros, incluidos los médicos que deben tratar a los enfermos de Covid-19.

Como desde su título se lo dice, el problema que abordábamos en nuestro anterior artículo es también el periodismo de pandemia y no las decisiones que toman los médicos. Lo que cuestionamos y examinamos es a los burócratas de la salud y de la ciencia que están a cargo del discurso político sobre la pandemia, los que deberían seguir siendo cuestionados, cuando así lo merezcan, por una prensa verdaderamente libre y crítica.

 

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