Cuando parecía que asomaba una esperanza en el horizonte político con la llegada de Ernesto Talvi, fue peor el remedio que la enfermedad.

Parecía que se llevaba todo por delante, que se comían los niños crudos, era el niño bien, inteligente, inteligente, limpio, que venía con la misión de cambiar la forma de hacer política.

Sin embargo, mucho antes de renunciar y desaparecer, ya estaba mostrando la hilacha.

Dijo que se veía más cercano a Daniel Martínez en la ideología, que de Manini Ríos, y se ganó la disparada de miles de votantes en plena campaña electoral.

Se arrimaba a la izquierda como una estrategia política.

Dijo que quería cambiar la forma de hacer política, y no solo repitió la misma receta, sino que la perfeccionó.

Un chanta de cuarta, que quienes lo conocen sabían que era un zorro con piel de cordero.

Menospreció a Sanguinetti y el viejo se lo comió en dos panes.

Aun se debe estar riendo de Talvi los correligionarios Sanguinetti y Tabaré Viera.

Se la creyó en todo momento, y Lacallito lo bajó de un hondazo como si fuera un pajarito.

Con los repatriados parecía el actor principal de una telenovela, hasta aprendió a provocar el llanto ante cámaras.

Se enfermó de fama con el Crucero, y las cámaras lo perseguían por todos lados.

Un carácter de mierda, inaguantable y dueño de la verdad.

Un día se fue de golpe diciendo que no se había acoplado a la política.

Con esto último demostró su falsedad.

Ahora manda Twitter opinando del resultado de las elecciones en Estados Unidos, un payaso que le hizo mucho mal a la gente que confiaron en él, y un gran favor al sistema político con su fallido intento.

 

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