Por Marcelino Rodríguez.-
La película “La Civil” trata del secuestro de una joven por una organización criminal de Michoacán – México – vinculada al narcotráfico. La poca credibilidad del Estado producto de la corrupción generalizada, hace que la madre – sin dar cuenta – pague dos rescates sin recuperar sana y salva a su hija. A raíz de ello emprende su búsqueda y a la vez investiga, obtiene información y hace un seguimiento de los movimientos, acciones de los autores.
Ante la desesperación y por las circunstancias de la vida, se topa con una patrulla militar destinada a la vigilancia de la zona y pone en conocimiento de su situación al Teniente a cargo. Este se solidariza con la mamá y acepta ayudarla en el ejercicio del servicio; el cual le brinda apoyo y ambas partes participan de las redadas, allanamientos donde encuentran personas en cautiverio, asesinadas y acumuladas como bultos o enterradas en fosas comunes.
Instancias e intervenciones que se vuelven “non santas”, se alejan de los procedimientos legales ante la persecución, ubicación, interrogatorio, tortura y muerte perpetrada a estos bandoleros narcos – autores de miles de secuestros, asesinatos y desapariciones – frente a la negativa de echar luz sobre el paradero de dicha mujer. Entuerto que se transforma en una guerra sin cuartel y sin vuelta atrás.
Ello retrotrajo un relato de una señora. Viajaba al interior en un ómnibus de línea sentada al lado de un pasajero, y fueron espectadores a la salida de Montevideo y por la ventanilla del transporte, de un arrebato protagonizado por dos menores a un señor mayor que se prestaba a ingresar a su domicilio. A raíz del hecho, ambos comentaron el episodio y por supuesto el repudio natural.
Pero no fue solo eso, sino que a posterior el caballero y en relación con el estado de inseguridad general, se despachó con una historia que da escalofrío.
Comenzó a narrar que “su hermano – comerciante – había sido asesinado por un menor delincuente, en una rapiña cometida en su local. Luego de ello y de comprobar fehacientemente quién fue el autor, dejaron pasar el tiempo, lo identificaron, buscaron y ubicaron para con un grupo de amigos y en un descuido capturar a dicho asesino, conducirlo a la frontera y previo castigo, darle muerte y hacerlo desaparecer.”
La señora contaba que le preguntó, si era necesario haber tomado ese camino. El individuo en tono de angustia y reflexión a la vez, pero muy firme y sin ningún halo de arrepentimiento le expresó que: “la familia había quedado destrozada. Este desenlace dejó a un niño sin su padre y su esposa devastada, además de estar esperando otra criatura en su vientre.”
“Con esto nadie iba a devolverme la vida de mi hermano, pero tampoco permitir que este mocoso cumpliera unos años en un establecimiento del “INAU” y recobrar su libertad para verlo transitar por la calle con el clásico argumento del delincuente: “yo ya pague”.”
Con seguridad volvería a las mismas andanzas, a provocar más daños de los que ya había perpetrado, sin nada que perder y catapultarse a la carrera delictiva; seguir desgarrando más vidas de inocentes. Todavía considerado víctima e incomprendido por buena parte de la población o un “peso gordo” y reconocido en el ambiente criminal, si cuenta en su haber muertes de policías.
Las circunstancias demuestran hasta donde una persona despechada, traicionada, herida, perjudicada puede llegar, cuando la intervención del Estado no existe, es tibia o no es proporcional al daño que sufren las víctimas o familiares. La típica desconfianza sobre las autoridades o la benevolencia de los órganos de alzada que tienen que arbitrar sobre las conductas de quienes violentan los marcos jurídicos, reglamentarios, de convivencia.
Pero cuántos de nosotros seriamos capaces de encarar “por mano propia” eventos que no pueden quedar en el olvido, en la impunidad o en el “olvido y perdón”; rememorar esa frase: “lo que aquí se hace, aquí se paga”, referido como simple sentimiento de deseo o actitud real, sin pretender resurgir la “Ley del Talión” y conductas que escapan de la era civilizada.
Paisaje – aunque parezca una falacia – que se reitera a raíz de la reacción de los ciudadanos, de acuerdo a las consecuencias que provocan aquellos que amenazan, atacan, violan nuestros derechos.
El “Estado de Derecho” a nivel de país, región, contexto internacional no garantiza que las cosas se hagan bien, corran sobre rieles. La prevención, fiscalización de las respectivas autoridades ya no generan un impacto de inhibición, de detención de los comportamientos ilícitos, conductas criminales; a su vez quienes legislan y deben interpretar la Ley no caer en la tendencia a la asepsia y estar atentos a lo que experimenta, requiere el ciudadano común sin esperar sufrirlo en carne propia.
Así aparecen organizaciones como “Vecinos Alerta” para cumplir un rol preventivo – ese que no hace el Estado, no llega o es desbordado -, como conformar grupos de vigilancia y autodefensa. No en vano se ha producido algún que otro linchamiento, agresiones a delincuentes apresados por ciudadanos; que si existen cámaras y testigos les pueden jugar una mala pasada a sus captores, así le provean su merecido hasta llegar la Policía y ponerlos a disposición.
Sin ir más lejos, uno piensa y a la vez se pregunta: ¿Mujica, Gavazzo – para dar dos ejemplos notorios – en alguna medida no se arrogaron el papel de justicieros y asumieron conductas sin que las organizaciones a las cuales pertenecían hayan dado el aval?
Los “Tupamaros” y sus grupos guerrilleros aliados quizá adoptaron ese rol ante la corrupción, vicios, defectos, omnipotencia del poder y alejamiento de los requerimientos de la ciudadanía; y por otro lado los militares, policías y civiles hicieron lo propio para defenderse de lo que se presentó como el enemigo del sistema democrático, el gobierno y la población. Ellos saben y aquilataron la crueldad de la lucha, que se volvió sucia y rastrera; imposible de analizar, sacar conclusiones y juzgar sin tener verdadera dimensión de lo que se experimentó en el Uruguay de la época.
El tema de los desaparecidos se deslinda sensiblemente del espíritu legítimo de cualquiera de los bandos por poner a disposición del otro – luego de la refriega – los cuerpos sin vida de sus adversarios; testimonio del combate y adjudicarse la autoría de ese abatido. Permitir así y más allá de los motivos que generan los enfrentamientos, la pérdida de vidas humanas, darle sepultura y que sus deudos, compañeros, camaradas puedan llorar, rendir honores respectivamente.
En referencia a los famosos “ajustes de cuenta” que tanto se los obvio o resto importancia en los dos últimos gobiernos del Frente amplio, con la dupla Bonomi y el hermano del Presidente Vázquez a cargo del Ministerio del Interior; vale preguntarse: ¿Serían entre delincuentes a raíz de sus deudas por diferentes motivos o también actos de represalia y desquite de simples ciudadanos, policías, militares o la combinación de ellos: víctimas del flagelo del delito y que en una misma dirección deciden salir a hacer justicia por mano propia?
Esto último nunca se manejó ni por asomo. Pues constituiría evidenciar por parte de las autoridades, sospechas sobre sus dependientes, subordinados; además de evitar rememorar épocas pasadas donde se verían reflejados al haber aplicado la vendetta – le denominaban “justicia popular” -, para eliminar blancos bien determinados que oficiaban de obstáculos para sus andanzas criminales y terroristas.
La “JUP” – “Juventud Uruguaya de Pie” cuando salió al cruce y enfrentó la violencia instaurada en los centros educativos y universitarios por las brigadas de la “UJC” – “Unión de Juventudes Comunistas” juntos a otras agrupaciones aliadas de izquierda como las anarquistas, socialistas; era una época virulenta del Uruguay con el asedio de la guerrilla.
Los israelíes hasta el día de hoy, a la caza de los “nazis”. Los primeros y los palestinos enfrentados en una guerra fratricida e histórica por el “Territorio Santo”, donde la Justicia no siempre toma intervención; ello convierte los eventos en actos de venganza que violan permanentemente los “DDHH”. Más entristece y se dimensiona, cuando en esas confrontaciones mueren personas inocentes.
El propio Director de este Semanario, a su manera, es un genuino justiciero. Desde su rol periodístico se juega el pellejo en investigar, revelar situaciones que incomodan y afectan al poder en uno u otro sentido. Además pone sus medios a disposición para ser canal de información y denuncia frente a las arbitrariedades o hechos ilícitos, de los más inverosímil; esas que por determinados intereses o miedo a la hegemonía, cualquiera sea ella, nadie las vocifera o prefieren que otros lo hagan – así de literal, a lo “Poncio Pilatos” -. Quijotesca tarea al servicio del bien común.
Estas actitudes de los Hombres en la tierra no solo se remiten a conflictos clásicos que tienen que ver con el narcotráfico, los actos de lesa humanidad sino que va más allá; alcanza a los corruptos, tantas otras profesiones y desempeños humanos que provocan serios perjuicios con consecuencias irreversibles para las personas afectadas, sus familias y entorno.
Solo traer a colación aquel individuo, esposo de una paciente que atacó a un médico con resultado de muerte; en razón que, el homicida entendió que el fallecimiento de su señora había devenido de un acto de mala praxis del facultativo. Qué momento de desequilibrio puede ocasionar, en cualquiera de nosotros, ver que un ser querido pese a los chequeos permanentes o acusar determinada dolencia se deteriora, a raíz de que los médicos no dan con el diagnóstico o lo efectúan erróneamente por negligencia, impericia. Ni hablar el drama que ocasionan tales desenlaces.
Cuando el “Instituto del Ajusticiamiento” está en pensamiento, sentimiento y potencialmente se puede convertir en acción efectiva y sin doble discurso, se torna peligroso para la Democracia, el Estado de Derecho y muestra que las Fuerzas de Seguridad, la vigilancia del Estado y la prosecución judicial hace agua por la borda y se lleva más víctimas que victimarios a la agonía y muerte en vida.
La política es un medio donde se aplica en todas sus formas y direcciones.
El registro cinematográfico que origina el presente artículo está basado en un hecho real y, nos lleva a pensar a cuánto estamos de ubicarnos en situación de juez y verdugo ante coyunturas que nunca imaginaríamos tener que asumir y laudar según la angustia, el dolor, sufrimiento, ataque con consecuencias graves o pérdida de la vida humana; lisa y llanamente injusticia.