Fue Gabriela (a través de sus hermanos primero y por mérito propio después, amiga de toda la vida) quien más que sugerirme me intimó a escribir bajo este título. “En el país del no me acuerdo” -cantaba María Elena Walsh hace más de cincuenta años: “doy tres pasitos y me pierdo: un pasito para allí, no recuerdo si lo di; un pasito para allá, hay que miedo que me da.” La canción, que fue usada hasta el cansancio por la izquierda, (fue parte de la banda de música de la película “La historia oficial”, película Argentina que conmovió generaciones y contribuyó a sentar las bases del relato que pintó a los movimientos de izquierda como víctimas y no como los guerrilleros y terroristas que fueron, cuando menos corresponsables de las Dictaduras que les sucedieron), tiene una letra tan sencilla como profunda y esclarecedora. Explica de qué manera la desmemoria provoca incertidumbre, miedo, atraso e incapacidad de reaccionar, abomba e inmoviliza: “Un pasito para atrás y no doy ninguno más, porque ya yo me olvidé donde puse el otro pie”. Lo grave del asunto es que la memoria es la base de la identidad. Sin memoria no somos nada. Como todo pediatra o psicólogo sabe, la capacidad de reconocernos como la misma persona a lo largo de nuestra vida, aunque nuestro cuerpo y nuestros pensamientos cambien no es algo con lo que nacemos. Durante sus primeros meses de vida los niños ante el espejo no pueden reconocer la imagen allí reflejada como la suya propia. Del mismo modo tampoco pueden aceptar la idea de que una cosa que creyeran cierta antes no lo fuera (o fuera diferente de lo que creían) y por eso “cambian” su recuerdo (mienten) para adaptarlo a la realidad que se les demuestra. Sólo cuando el ser humano toma conciencia de su identidad puede sobrellevar la idea de que sus creencias se modifiquen o cambien sin necesidad de “no-acordarse” o tergiversar las cosas que ya no cree ciertas con lo que desbloquea el impresionante poder de la memoria humana, a la vez que se reconcilia consigo mismo. Es recién a partir de ese momento que adquirimos la capacidad de decir “antes creía en otras cosas y tenía diferentes percepciones, ideas o vivencias pero –aunque diferente- era yo mismo quien creía en esas cosas” asumiendo errores y responsabilidades. Con los colectivos humanos sucede lo mismo. Deben formar y definir su identidad. Y para eso, deben generar memoria y recuerdos continuamente, porque quienes somos, toda nuestra identidad, está basada en los recuerdos que formamos todos y cada uno de nuestros días, no únicamente de los recuerdos antiguos, sino la de la permanente y cotidiana formación de recuerdos nuevos. Cuando los recuerdos (antiguos o recientes) se tergiversan o se pierden, con ellos se pierde parte de la identidad. Por eso para los regímenes totalitarios es cuestión vital la refundación, el neo-relato, el destruir todo lo anterior y establecer un nuevo comienzo. Es vital destruir la identidad y la memoria. Hace muchos años existió “el paciente H”, un epiléptico a quien para curarlo practicaron la ablación de zonas de su cerebro vinculadas a la memoria. El paciente H nunca más tuvo epilepsia, pero perdió la capacidad de formar recuerdos nuevos y con ello la de actualizar su identidad. Su sentido de quién era se congeló en el momento de la operación y a medida que pasaban los años ya no podía reconocerse a sí mismo en el espejo. Otra vez, con los colectivos humanos sucede lo mismo. Si no se cultiva la memoria de los verdaderos recuerdos (de todos los recuerdos) se altera su identidad. Y si se le permite a alguien reescribir su historia o borrar tramos de ella, o dibujar una distinta epopeya, se le entrega a este alguien el manejo de esta identidad para lo sucesivo. Eso pasa también con las sociedades, como bien describía Orwel en su “1984”. Para quienes bregamos por los asuntos de nuestra sociedad eso debería resultar inadmisible. Por el contrario, cada vez que evocamos un recuerdo lo activamos y generamos otro nuevo que lo refuerza, que robustece al original y nos recuerda quiénes somos, a la vez que nos permite proyectar quiénes queremos ser en adelante. La memoria (individual o colectiva) no sólo importa y sirve para recordar el pasado sino para imaginar nuestro futuro y dar sentido a quiénes somos en el presente, todo aquello en lo que creemos y queremos (nuestros valores y principios, nuestras convicciones, nuestro futuro deseado) son esenciales para tener conciencia de nosotros mismos. Por eso, con cada recuerdo que perdemos o nos dejamos robar así como con cada expectativa que hipotecamos, con cada promesa que permitimos incumplir y con cada falso relato que aceptamos como cierto, perdemos una parte de quienes somos y potencial de lo que queremos ser. Por eso, precisamente por eso, las voces que fueron ominosamente silenciadas durante los últimos quince años deben volver a levantarse con la verdad de los hechos. Y las que permanecieron calladas también. La de los arrepentidos más. Las de quienes despertaron del letargo y la mentira más aún. Las máscaras de héroes que se auto adjudicaron quienes atentaron contra la Democracia y la República hace sesenta años y usaron el Estado que querían derrocar para enriquecerse, deben caer para dejar ver sus verdaderos rostros. Los responsables de las matufias y los “delitosdecuelloblanco” deben salir a la luz de la mano con los de las explosiones de cajeros, los secuestros y los “ajustesdecuentas” que, admitámoslo, no son reyertas de barrio y llegan alto. Pero sobre todo deben sacarse al sol los trapos sucios de las maniobras que perjudicaron a la gente, los planes sociales que se embolsaron, las donaciones que se robaron, la comida de los niños que rastrillaron, los negociados de todo tamaño y color con que nos endeudaron y entregaron. Debe quedar en claro que “lo importante y lo urgente es la gente” era sólo un eslogan para mantener sometida precisamente a la gente que precisaba ayuda urgentemente. Que “losvulnerables” no eran otra cosa que materia prima de sus planes para robar y perpetuarse, que el miedo fue, es y seguirá siendo su arma favorita y que su ideología y su discurso fueron siempre tan hipócritas como distantes de sus verdaderos planes; apenas un divertimento para reclutar ingenuos. El país de no me acuerdo tiene tres departamentos principales: Nunca supe, No quiero saber y No me importa. Para caminar hacia un futuro digno es necesario saber dónde pisamos y hacerlo con certezas. Dejar el miedo, la pereza y la mentira atrás, asumir responsabilidades (incluso la de aceptar que fuimos engañados) y recordar dónde pusimos cada pie. Y sobre todo, por cuáles fangos nos ha llevado el izquierdo. Y no volver a olvidarlos. Para que la memoria sea memoria y la Justicia, Justicia.