Esta es la historia de un señor de 79 años.
Por 46 años, por cosas de la vida vivió con su esposa de toda la vida. Ella con sus 78 años se fue al otro mundo, dejando a su compañero con un tremendo sufrimiento. Qué difícil se tornó su vida sin su compañera de tantos años. Cuando ella dejó de existir, a él se le hizo muy difícil seguir adelante con su vida. Lo invadió el dolor, y una tremenda soledad. Ellos vivían los dos solos, en la casa donde con mucho amor vieron crecer a sus hijos.
Tuvieron cuatro hijos, los cuales los criaron con amor, y hasta que cada uno de ellos formó sus propias familias, estuvieron a lado de sus padres.
Tres de los hijos siempre estuvieron pendientes de sus padres, jamás los dejaron de lado.
Cuando se quedó sin su esposa, a los cinco meses, sus hijos se pusieron de acuerdo en llevarlo a una casa residencial para que allí estuviera acompañado de otras personas de su edad.
Él no estuvo de acuerdo en irse a vivir a ese lugar, pero lo aceptó por sus hijos. Se sentía muy solo, y se veía muy triste, por ya no tener a su compañera.
Llegó el día en que juntaron sus cosas y se fue a su nuevo hogar.
Vio como se cerraba la puerta de su casita, donde él había vivido la mayor parte de su vida. ¡Cuántos recuerdos quedaron allí encerrados!, ¡cuántos momentos felices, y por supuesto, también tristes recuerdos, que formaron parte de las cosas de la vida! Por supuesto, no pudo evitar que por sus mejillas corrieran algunas lágrimas, eran lágrimas de dolor. Se sentía desorientado, era entendible, no es fácil a su edad tener que cambiar su manera de vivir.
Partió a su nueva morada, ahora estaba entre extraños, sentía un gran vació en su interior.
Se preguntaba cómo sería vivir en un lugar donde había tantas personas extrañas.
Sabía que eso era lo mejor, así sus hijos ya no tendrían que estar tan pendientes de él.
Por cosas de la vida, su estilo de vida había cambiado totalmente. Le llevó algún tiempo adaptarse a todo, extrañaba enormemente su casa, sus cosas, su entorno. Veía que tenía mucha gente a su alrededor, sentía que no tenía momentos para pensar. Esa era la idea, que no se sintiera solo, que tuviera con quien hablar, que viera a otras personas a su alrededor para estar entretenido.
Por cosas de la vida, todos los días recordaba a su esposa, y se preguntaba por qué no le había llegado su hora como a ella. Todos los fines de semana se iba a pasar con sus hijos, y los domingos de noche volvía al hogar. Sus hijos lo veían triste, como que de golpe había envejecido.
Llevaba tres meses viviendo en su nuevo hogar, cuando un fin de semana, su hijo lo fue a buscar y él no quiso ir, dijo que prefería quedarse en el hogar.
El hijo no fue contra su voluntad, y luego de estar un rato con él, se fue. Por cosas de la vida, esa fue su última noche. Temprano se metió en la cama, no quiso cenar, y no tuvo casi diálogo con las demás personas. En la madrugada del sábado, su compañero de habitación, se despertó y vio que él se sintió mal, enseguida llamó a las personas del hogar para que fueran a verlo. Al no verlo bien, llamaron al médico, pero en pocos minutos dejó de existir.
Sufría de una gran tristeza, y eso le causó un infarto.
Es como que supiera que esa noche se iría, y le dijo que no a su hijo cuando lo fue a buscar.
Eso era lo que él quería, partir para siempre, no sufrir por la ausencia de su gran compañera.
Por cosas de la vida, él no supo seguir viviendo sin ella a su lado. Hoy, él ya no está, sus hijos lo recuerdan, y una que otra vez se sienten algo culpable por no haberle permitido pasar sus últimos momentos en la casa, que vivió toda su vida.
Se consuelan pensando en que lo que hicieron fue pensando en él, para que no sufriera tanto la soledad.
Por cosas de la vida, su destino era que a sus 79 años tenía que partir. Quién sabe si luego de la muerte hay posibilidades de reencuentros entre las personas. Él vivió lo que tenía que vivir, tuvo el final que todos tendremos, la muerte, algo tan doloroso, algo a lo que no queremos llegar, pero que entendemos que eso es parte de las cosas de la vida.