La palabra «pusilanimidad» proviene del latín –pusillanimitas- y encuentra su raíz en las voces pusillus –pequeño- y animus -alma o espíritu- por lo que su significado es lineal: pequeño de espíritu. El sufijo “dad” indica “cualidadde”, es decir, cualidad de pusilánime. Pusilánime es por tanto quien se demuestra pequeño de espíritu, falto de carácter, ánimo, determinación o valor para hacer frente a dificultades o desafíos y que –carente de convicción, pleno de dudas- prefiere dejarse llevar por la corriente o por la opinión de los demás y mimetizarse a ella. El –o la- pusilánime resulta así ser una persona medrosa que evita asumir riesgos y sostener posiciones, titubea, duda y tartamudea hasta en sus acciones, lo que hace que se le vea falto de coraje, convicción, sentido del deber y del “deberser” y de valores y principios firmes, algo que –por más que los evangelios “bienaventuren”- expone al individuo en su debilidad demostrando cuán inseguro, necesitado, influenciable, dependiente y vulnerable –porque no da la talla- resulta ser. Curiosamente esto, que hasta hace no demasiado tiempo era visto como un defecto o una incapacidad, ha sido promovido a la condición de virtud. El ser “políticamentecorrecto”, (eufemismo para acomodaticio, falso y alcahuete), no es otra cosa que la versión “light” de la pusilanimidad: el no defender las propias convicciones por no querer o no ser capaz de hacerlo. Cierto es que la deseducación izquierdista a la que sucesivas generaciones desde los ya lejanos 60 -con los movimientos de Berkeley de 1964 y el Mayo del 68 francés y su relativismo- hasta la fecha han sido sometidas les ha restado elementos intelectuales, de información y de juicio metódicamente, pero más grave aún es que les ha abolido su capacidad de cuestionar. Neutralizar el juicio crítico ha sido propósito vital para la izquierda. Con juicio crítico y fundamentos sólidos la doctrina que profesan no resiste sus propias contradicciones –teóricas y prácticas- internas. La prueba más elemental de ello es que los dirigentes izquierdistas del mundo entero pregonan la igualdad en la pobreza y la solidaridad pero viven –y se fugan a países como Checoslovaquia, por ejemplo – con sus riquezas robadas, sin que el resto de los pusilánimes osen siquiera señalarles. Pero la pusilanimidad, como el COVID19 o la aftosa entre las vacas, es altamente contagiosa. No afecta solamente tiendas propias. Permea gramscianamente a la sociedad toda con su manifestación más común: la corrosión del carácter. Así, demostrarse inseguro, voluble, influenciable y sin personalidad o convicción alguna ha pasado a ser elemento de cohesión, de no aumentar diferencias ni profundizar grietas cuando en realidad lo que importa no es cuan profunda sea la grieta sino cuán ancha y en qué lugar se instala separando qué de qué. Tender puentes hacia el pantano sólo conduce al lodazal. Pero la corrección política y la “políticacorrecta” se han convertido en obtener la aprobación del otro a toda costa, aunque tenga que dejar de ser “yo” para obtenerla y aunque me conste que tarde o temprano, por más que les dé de comer, me morderán la mano. Este enorme problema, que nos afecta a todos, se ha convertido en cuestión de vida o muerte, porque en la Democracia hemos dejado de elegir a los mejores para elegir a los iguales. Esto quiere decir, ni más ni menos, que hemos poblado el gobierno de pusilánimes. De políticos profesionales que acomodan su discurso para obtener nuestra aprobación y nuestro voto, pero que –una vez obtenido y atornillados a su nuevo sillón- lo vuelven a acomodar para ir por el resto de las simpatías. Así no sólo “como te digo una cosa te digo la otra”, sino que están dispuestos a retirar una placa si ofende a delincuentes, pero no a cuestionar un memorial que honra a monjas millonarias que están vivas, o a permitir que una escuela lleve el nombre de un asesino terrorista; a permitir que se vandalicen vidrieras y monumentos por “memoriayjusticia” mientras se “decora” el túnel de 8 de octubre con imágenes de Marx, o se inauguran monumentos a la hoz y el martillo responsables de la muerte de cien millones de personas escondiendo esa verdad; a declararse en contra del “machismo” pero tolerar el feminismo que propone muerte al macho; a fumarse –sí, fumarse- que un grupete de personas inseguras de su sexo –van y vienen reclamando que les paguemos ambas operaciones y las “canastasmenstruales”- exijan que se le llame “agujerodelantero” a lo que la anatomía llama vagina y “personamenstruante” a lo que la humanidad exaltaba con la magnífica palabra “mujer”; a tolerar que adoctrinen a generaciones de niños en una historia mentirosa, para esconder la vergüenza de sus hediondas traiciones intestinas, sin levantar jamás la voz por miedo a sacar al sol sus propios trapos sucios y a amenazar con excluir a quien se anime a denunciarlos, o a hacer la vista gorda con jubilaciones miserables a quienes aportaron toda una vida de trabajo, pero votar jugosos subsidios vitalicios a terroristas y sus descendientes, así como a políticos demostradamente corruptos y extorsionadores de propios y ajenos, (“si yo hablo se pudre todo”, sabía decir Sendic), e infinidad de cosas más, incluyendo seguir lucrando con los desaparecidos, con los pobres y con la ideología de género. No hace falta discutir la anécdota. Los que acabo de nombrar son sólo ejemplos. No están todos los que son, ni son todos los que están. Ni los pecados, ni los pecadores. Pero existe un denominador común: la pusilanimidad. Y el pusilánime busca el calor del poder. Si queremos algún día volver a tener un país en serio, no podemos apoyar ya más a los melifluos, los alcahuetes, ni los junta votos. Necesitamos elegir personas íntegras, con convicciones y principios sólidos, que ocupen su lugar por quiénes son, no por cuántos junta votos trabajan para ellos. Necesitamos volver a las ideas fuerza para que se transformen en acción y a encolumnar la nación detrás de un liderazgo fuerte, pero de oídos abiertos. Caso contrario seguiremos el mismo camino de Argentina y habremos desperdiciado la oportunidad peor que ellos. Porque el ejemplo Macri -y con él la oportunidad de aprender para no caer en similar error- su intención de actuar con “correcciónpolítica” ya lo tuvimos. Y vimos sus resultados también. Creo que es momento de entender que “estarrodeado” no es lo mismo que trabajar acompañado. Es tiempo de separar la paja del trigo.