Por Dr. Gastón Pesce Echeverz.-
Conocí a Jorge a principios de los 70, una tarde de verano, en la vieja rampa del Club Remeros, cuando –estando entre compañeros- sentados en los bancos de la sala de botes que daban al río, junto a Capitanía, él bajaba de una embarcación menor y venía cinchando no sin esfuerzo, cuesta arriba, el motor. “¿Y ese quién es?”, preguntó alguien; “es el loco Larrañaga”, contestó otro, “tiene una chumbera y le tira a todo lo que tiene por delante, es un peligro”. A partir de allí, para mí siempre fue “el loco”, más formalmente “Jorge” y “Jorgito”, como me corregía su padre cuando le llamaba por teléfono por algún asunto o actividad política.
Pero lo conocí realmente cuando, ya de vuelta los dos y colegas, él en el 80-81 y yo entre el 83-84 nos juntamos en el viejo “Diego Lamas”, la agrupación blanca más antigua del país, fundada por Apolinario Vélez, Comandante de la División Paysandú, también fallecido muy prematuramente, luego de la primera Revolución de Aparicio, la del 97 y cuyo primer socio honorario lo fue el propio Gral. Aparicio Saravia. Dicha agrupación de blancos independientes era afín a los Beltrán, pero en 1971 su Directiva dejó en libertad a sus asociados para que votaran la 400 o la 903, del Esc. Dardo Ortiz, cuyo primer candidato era el emergente WFA.
En la interna de entonces Jorge venía empujando con la juventud contra el Dr. Rodolfo Zanoniani, su presidente respaldado en los Beceiro, y en el primer gobierno post dictadura del Arq. Belvisifue ocasional edil suplente.
De las dos grandes agrupaciones blancas que le respondían, Wilson prefería la 8 de Rubens Walter Francolino (alias “el Gato”), quien le habría metido en la cabeza que el Diego Lamas era “el club de los doctores”, a pesar de la mayor militancia de este último contra el gobierno de facto.
Cuando Wilson, luego de su largo exilio, volvió a Paysandú (dicen que la última reunión fue en la chacra de Zeni, en el Trébol), Jorge literalmente lo secuestró para que se lo viera junto a él y así lo vimos pasar, raudamente, desde el balcón de la casa del Turco, su gran amigo Luis Chalela y yo.
Cuando el Partido Nacional –Ley de caducidad mediante- pagó los platos rotos de la salida democrática, Jorge siguió en Por la Patria y votó amarillo por disciplina partidaria, en tanto otros, los menos, nos incorporamos al Movimiento Nacional de Rocha, a través de la UBP, tras el voto verde.
La gran oportunidad se le dio a Jorge (y ese fue, quizás, el primero de sus grandes momentos) cuando llegó Raffo a Paysandú, dispuesto a cosechar los frutos de las disidencias de los blancos “de acá” y, faltándole un candidato a la Intendencia, un amigo herrerista ya veterano, hijo de viejo caudillo, a quien no lo votaba nadie, compañero de asados en el Club Paysandú, lo propuso a Jorge, quien, detrás de la 1 de Belvisi, fundó la “2”.
En las elecciones de 1989 el Partido Nacional arrasó con unos 22500 votos, de los cuales la 2504 (MNR/UBP) llevó 10.000 y Jorge unos 12500, pasando a ser, con 33 años el Intendente más joven del país.
Como dijo José Mujica, Jorge no fue un Dios, sino un hombre, con sus defectos y virtudes, de modo que todo cuanto se ha dicho de él por estos días no debería ser ni tanto, ni tan poco. Veremos por qué.
Ni tanto, porque su gestión municipal no fue buena: cuadruplicó el presupuesto municipal del austero Belvisi (quien gobernó con y para su familia y un grupo de amigos beneficiarios) para entregarle en pago una parte sustancial al gremio, con quien, por tanto, no tuvo nunca conflictos, pero sentó las bases para un clientelismo atroz que luego llevaron adelante una verdadera dinastía de intendentes mediocres, blancos y del FA; por atropellado hizo pagar a la población todas las nuevas veredas de 18 de Julio, que debían ser financiadas bajo un régimen de contribución por mejoras sólo por los propietarios frentistas beneficiarios de ellas; la ampliación del Parque Artigas para la Copa América fue un desastre, para cuya obra, de alto riesgo y pésima calidad, anduvieron persiguiendo durante largo tiempo al Arq. Pablo Patrone para que avalara la misma; se vinieron al suelo las tribunas del estadio de Guichón y un solícito adláter de apellido Sansberro se hizo responsable por los heridos resultantes; no sabiendo qué hacer con la plata que comenzó a entrar a raudales a raíz de un plan de facilidades de pago para los deudores de tributos departamentales llenó de luminarias la ciudad y le dejó de clavo a su sucesor, Esc. Lamas, una tremenda deuda con la UTE.
Y, como frutilla de la torta, construyó un inmenso hormiguero en la Playa Municipal, del mismo corte “faraónico” que se le criticaba a Belvisi que prácticamente se usa una vez al año, durante Semana de la Cerveza, siempre a pérdidas.
Su Director de Obras, Ing. Agrimensor David Doti, construyó un barrio entero en terreno ajeno que luego hubo que comprar a precio de oro y, cual Borromeo, sólo le aplicó una irrisoria suspensión por diez días.
Vetó una ordenanza para la defensa de los intereses colectivos que hubiera contribuido a evitar daños en el Monumento a Perpetuidad, el robo de la pistola de Lavalleja y los huesos de Leandro Gómez para no tener problemas con los laboratorios (ya que se publicaría, en las farmacias, los medicamentos cuestionados en su lugar de origen) así como la formación de un centro asistencial alternativo, en predio del Hospital, conjuntando la caja de auxilios municipal, en crisis, con la de Azucarlitoy Paycueros, para no tener problemas con los médicos de la poderosa monopólica COMEPA.
Experto en eslóganes y en hablar sin decir nada, su jugada maestra fue, al final de su primer mandato y cuando peleaba su reelección, rehabilitar las playas luego de una década de cerradas por la altísima contaminación del Río Uruguay, colocando unos pocos pomos de hipoclorito para que gotearan desde las barandas del Arroyo La Curtiembre sin que un pueblo altamente ignorante atinara a descubrir tan burdo engaño.
Y resultó.
Ni tan poco porque si algo hay que reconocerle es la exitosa reivindicación del caballo criollo que se repite anualmente con las peregrinaciones a la Meseta, en un país en el cual, aún sin ser gauchos, somos todos criollos.
Pero por sobre todas las cosas, lo más importante, que quizás borre todo lo demás es, a nuestro juicio, el haber demostrado que, a pura garra y corazón, cualquier hombre del Interior profundo, con ambición y tesón, puede trepar a los niveles más altos de gobierno y competir, siempre en desventaja, con los candidatos de la macrocefálica burocracia capitalina, que ha sido desde siempre el peor cáncer que sufre y se come al país.
Es una pena, sin embargo, que, lo mismo que el Arq. Belvisi, factor determinante de la enorme e incontenible hemorragia que sufriera en Paysandú el Partido Colorado, por haber cuidado en demasía que nadie le hiciera sombra, se rodeó de y catapultó a una dirigencia mediocre que ahora, ante su inesperada ausencia que en realidad es un enorme agujero muy difícil de llenar, habrá de comenzar una dura lucha sin cuartel, que ya se está viendo, para ocupar el lugar perdido, ya que era un referente –en la Capital- para todos los sanduceros, siempre y cuando no vuelvan a darse las condiciones para que nos vengan a “colonizar” de nuevo –como toda la vida- los sabelotodos y chupasangres políticos de Montevideo.
Durante mi modesto edilato del primer quinquenio solo traté de ser el opositor responsable –blanco independiente- de su propio Partido que al cabo de una crítica constructiva tan dura como la que antecede le ayudara lo más posible a no cometer errores, pero fracasé en mi intento frente a un Partido que él supo comprar de mil maneras metiéndoselo en el bolsillo. Y así yo me quedé a la intemperie, más solo que el “uno”, pero tranquilo de conciencia, con la íntima tranquilidad del deber cumplido.
Cuando asumió el difícil Ministerio del Interior (por decir lo menos), me sentí en el deber de hacerle llegar una carta, dura pero leal, procurando transmitirle mi dura experiencia judicial (yo seguí ejerciendo) y carcelaria, en la convicción que una buena gestión lo catapultaría finalmente a la Presidencia de la República. No sé si la leyó o no, me dijeron que sí…
De todos modos y por encima de todo, toda vez que muere alguien con quien llegamos a transitar parte de nuestra vida, todos perdemos algo, porque con el extinto se va también parte de nuestra existencia…
Muchos son los recuerdos de las vivencias y “agarradas”, en lo profesional, político y hasta deportivo que se nos acumulan al cabo de medio siglo desde aquella lejana tarde, imposibles de resumir en tan apretada síntesis.
El “guapo”, como muchos le decían, con su temperamento arrollador, se abrió paso en la vida a pura garra y corazón, se fue como un triunfador y nos ha dejado a todos un enorme vacío imposible de llenar.
Y yo también al “loco” lo voy a extrañar.
Dr. Gastón Pesce Echeverz
Ex edil departamental de Paysandú por la lista 2504 del PN (MNR/UBP)