«Bien«, exclamó Jorge Batlle: «¡ojalá que no haya petróleo!». De hecho, casi una plegaria, vista la ineptitud, irresponsabilidad y pésima conducción en la gestión del ente petrolero uruguayo, un organismo que se da el lujo de exhibir al mundo las tarifas más altas en todos los combustibles que comercializa, pese al cobro diario y al contado que recauda en los surtidores de las naftas en todo el país. ¡Hasta corrieron a las aerolíneas con precios desorbitados a nivel mundial!
El sistema político uruguayo no aprendió nada. Esto decíamos en 2016: “nos roban de parados, constituyen monopolio, y todavía pierden plata”.
Con el precio internacional del petróleo en una instancia favorable para el país durante más de una década, en el turno de gobierno frenteamplista, nada de rebajar el precio de los combustibles. Aumentarlo, sí, como ocurrió sin variantes en la última centuria, no para enjugar déficits de vergonzosas administraciones, sino para aplicarlos a los impuestos indirectos en que se han transformado todas las tarifas públicas, y que van a parar al barril sin fondo del Ministerio de Economía.
¡Por favor! ¡Y qué no se le eche la culpa a la pandemia!
Hace medio siglo, una ANCAP de lujo exhibía a la población una gestión de maravillas, cuando barcos petroleros de la Armada Nacional y grandes tanqueros traían de Nigeria el petróleo que refinaba la planta de La Teja. Por cierto que no el crudo venezolano, inmundo y depredador, sulfuroso a extremos, una verdadera porquería.
Eran los tiempos del Ingeniero Raúl Penadés y del Químico Industrial Silvio Moltedo, Presidente y Director respectivamente de la Administración Nacional de Combustibles, Alcohol y Pórtland. Tiempos en los cuales el cura petrolero, sacerdote Antonio Améndola, y Raúl Irureta Goyena, afincado en las redacciones de los diarios, presidente del Movimiento Nacional del Petróleo, exigidos por una población ilustrada estimulaban la búsqueda del crudo en la Cañada de los Burros y en la Sierra del Mangrullo, asiento de la vieja y recordada Estancia “El Águila».
Meses de exploración en subsuelo, con equipo vetusto de principios del siglo XX, propiedad del Instituto Geológico.
El periodismo, entonces, informaba diariamente al respecto, y presionaba para que no se suspenda la búsqueda.

Así, hasta la rotura definitiva de los equipos perforadores. Murió el ternero, (se lo comieron, dicen) y también la vaca que al borde del pozo suministraba diariamente la leche para los trabajadores en el medio de la nada. Fin del cuento.
En ese entonces, una población ilustrada, hoy en vías de desaparición, vigilaba rigurosamente la conducta de sus elegidos a nivel parlamentario, e igualmente el proceder de los funcionarios designados en cargos de dirección del Poder Ejecutivo, Entes Autónomos y Servicios Descentralizados.
Andando las décadas, nos encontramos con una gestión en Ancap que exhibe pérdidas irrecuperables en el orden de los mil millones de dólares. Y no sé si no me quedo corto.
Sus directores, frenteamplistas, blancos y colorados, con túnica de gurús disfrazan la incompetencia que viste su ridículo.

Su posición les permite experimentar métodos de administración y gestión desde su falta de conocimientos, para instalar percepciones de eficiencia y eficacia falsas, y todo ello para diluir su responsabilidad y tapar su desconocimiento sobre lo que dirigen y gestionan.
Reina el caos, y la gente, “entretenida” en proveerse de su sustento diario, baja la cabeza y ya no mira.

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