Una mañana, una mujer bien vestida se paró frente a un hombre desamparado, que por cosas de la vida se encontraba en situación de calle.

El pobre hombre levantó la vista y la miró, era una mujer muy elegante, llevaba un hermoso tapado.

El anciano pensó; “esta mujer se debe querer burlar de mi como ya lo han hecho otros tantos”.

Vida

El indigente miró a la mujer y le dijo, “déjeme en paz, no me moleste, qué puede usted querer conmigo”.

Ella con una sonrisa le pregunta al anciano ¿tienes hambre?, “no” le respondió.

“Le digo que me deje en paz”.
Justo en ese momento un policía se acercó. «¿Hay algún problema, señora?» le preguntó el oficial, «no hay problema aquí, oficial, sólo estoy tratando de ayudarlo para que se ponga de pie”.

El oficial la ayudó mientras decía, “el es el Viejo Juan, ha sido un estorbo por aquí en los últimos años”.
“¿Qué quiere usted con él?» Pregunto el oficial. «Quiero llevarlo a esa cafetería que está allí y darle algo de comer y sacarlo del frío por un ratito».
«¿Está loca señora??» el pobre desamparado se resistió. «Yo no quiero ir ahí”. Entonces sintió dos fuertes manos agarrándolo y se dirigieron a la cafetería.
El Gerente de la cafetería se acercó y les preguntó. «¿Qué está pasando aquí oficial? ¿Qué es todo esto?”.
«Esta señora lo trajo aquí para que coma algo», respondió el policía.
«Oh no, ¡aquí no!» el gerente respondió.

«Tener una persona como esta aquí, ¡es malo para mi negocio!”.
El Viejo Juan esbozó una sonrisa con sus pocos dientes. «Señora, se lo dije. ¿Ahora, si van a dejarme ir? Yo no quería venir aquí desde un principio».
La mujer se dirigió al gerente de la cafetería y sonrió “Señor, ¿está usted familiarizado con Hernández y Asociados?, la firma bancaria que está a dos calles», «por supuesto que los conozco», respondió el administrador con impaciencia. «Ellos tienen sus reuniones semanales en una de mis salas de banquetes».
«¿Y se gana una buena cantidad de dinero con el suministro de alimentos en estas reuniones semanales?
Yo, señor, soy Penélope Hernández, Presidente y dueña de la compañía». “¡Oh Perdón!” Dijo el gerente…
La mujer sonrió de nuevo… «Pensé que esto podría hacer una diferencia en su trato, ¿le gustaría tomar con nosotros una taza de café, o tal vez una comida, oficial?» «No, gracias, señora», replicó el oficial.
El Gerente de la cafetería giró sobre sus talones como recibiendo una orden.
Enseguida los atiendo. La mujer le preguntó al anciano “Juan, ¿no te acuerdas de mí?” “No sé, me pareces familiar”, contestó el anciano. Hacía muchísimos años, por cosas de la vida esta señora había llegado a ese lugar, y el anciano la recibió con una sonrisa. «Ahora me acuerdo», dijo Juan. «Yo estaba detrás del mostrador de servicio. Se acercó y me preguntó si podría trabajar por algo de comer”. “Así fue Juan. Yo acababa de recibirme en la Universidad en mi pueblo», la mujer comentó. «Había llegado a la ciudad en busca de un trabajo, pero no pude encontrar nada”. Con la voz quebrantada la mujer continuaba. “Cuando me quedaban mis últimos centavos y me habían corrido de mi apartamento, caminaba por las calles, por cosas de la vida, casi muerta de hambre, vi este lugar y entré con poca posibilidad de que podría conseguir algo de comer”. Con lágrimas en sus ojos la mujer siguió contando.
“Entonces, tú me hiciste el sándwich de carne más grande que había visto nunca… me diste una taza de café y me fui a un rincón a disfrutar de mi comida. Tenía miedo de que te metieras en problemas. Luego, cuando miré y te vi poner el precio de la comida en la caja registradora, ahí supe que todo iba a estar bien «. «¿Así que usted comenzó su propio negocio?», dijo el viejo Juan.
Por cosas de la vida, ella encontró un trabajo.

Trabajó muy duro, y fue hacia arriba con la ayuda de Dios. Eventualmente empezó su propio negocio que prosperó. La mujer abrió su bolso y sacó una tarjeta. «Cuando termines aquí, quiero que vayas a hacer una visita al señor Martínez, él es el Director de personal de mi empresa. Iré a hablar con él y estoy segura de que encontrará algo para que puedas hacer en la oficina”.
Ella sonrió. «Creo que incluso podría darte un adelanto, lo suficiente para que puedas comprar algo de ropa y conseguir un lugar para vivir hasta que te recuperes.  Juan, si alguna vez necesitas algo, mi puerta estará siempre abierta para ti.» Hubo lágrimas en los ojos del anciano.  «¿Cómo voy a agradecer?, preguntó.
«No me des las gracias», respondió la mujer. «A Dios dale la gracias, él me trajo a ti».
«¿Señora?» dijo el Oficial, “no puedo creer lo que ha contado y qué gusto haberlo presenciado, no podía pensar que usted un día pudo llegar a tener hambre”.

Así son las cosas de la vida, esta mujer un día siendo muy jovencita y sin un peso para comprarse algo de comer, Dios le puso en su camino a este buen hombre, que sin dudar le dió de comer.

Los años han pasado y hoy, por cosas de la vida la situación de cada uno no es la misma de aquella época.

El destino hace que por cosas de la vida nuevamente se crucen, y el que aquella vez brindó su ayuda, hoy es el ayudado.

Esto nos deja una enseñanza, si alguien necesita de ti, ayúdalo, nunca sabemos de quién podremos llegar a necesitar, porque así son las cosas de la vida.

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