Por Eduardo Portela.-
Durante mis tiempos de publicista full time tuve la oportunidad de asesorar y dirigir campañas para varios y diferentes candidatos de la política vernácula con los únicos límites (íntimamente vinculados) de la decencia de la persona y la condición excluyente de no ser de izquierda como tampoco del Frente Amplio. (El “como tampoco” no es un error, es para remarcar). Como jamás he podido con mi carácter, una de las primeras cosas que solía preguntarles, como para romper el fuego de una, era para qué querían hacer política y/o ganar tal o cual cargo, y (antes que nada) qué tipo de líderes querían ser. Generalmente, salvo contadas y honrosas excepciones, la respuesta a tales preguntas no era mayormente satisfactoria, menos aún a la última (que decían no entenderla) lo que me obligaba a explicarla. Les decía entonces que para mí (porque la analogía es mía y no la copié de nadie) existían dos tipos de líderes y liderazgos: el primero, el de los conductores que caminan delante de las multitudes indicándose su visión y convicción del camino a seguir, o al menos el mejor de los posibles; (a eso se le llama liderar, palabra que proviene de “leader” – en inglés, conductor – les decía en ese punto buscando exacerbarlos); y el otro, el de los oportunistas que caminan detrás de la masa recogiendo los votos según se van cayendo. (Aquí se producía la explosión y normalmente el filtro de a quién elegiría seguir asesorando o no; razón del artillero que explica por qué siempre supe tener pocos clientes.) Ejemplos de los segundos sobran: los Amado, los Constanza, los Michelobby, en fin, los acomodaditos de siempre. De los primeros hay menos y allí interviene el tipo de multitud que el líder elige guiar. Uno puede colocarse delante de una multitud para transformarla en masa no pensante y conducirla hacia el abismo, como el Flautista de Hammelin, o puede cargarse a la multitud a sus espaldas con la tarea de conducirla para bien y hacerla crecer como cuerpo y como individuo. Del primer caso tenemos sobrados ejemplos entre los “jóvenes idealistas” hoy devenidos en decadentes personajes populistas que han destruido y condenado al fracaso todo lo que han tocado, en especial a las masas que pretendían guiar; entre los segundos tenemos la suerte de contar con jóvenes líderes que no rehúyen las responsabilidades que reclaman. Son individuos preparados, educados, mesurados, que no se creen más ni menos que nadie y que son capaces de sopesar sus decisiones tomándolas a conciencia y –sobre todo- expresarlas públicamente con transparencia porque no tienen intenciones o negocios que ocultar y pretenden resolver con éxito y el concurso de los involucrados lo que sea mejor en cada caso sin descuidar la situación como un todo. Pero este tipo de liderazgo ofrece un problema. Un problema menor, pero un problema al fin: requiere el concurso y compromiso activo de los liderados. Requiere que la gente esté informada y se mantenga informada. Requiere –como pide el actual Presidente- que al gobierno se le haga conocer el sentir y la opinión de la ciudadanía. Recordemos que “ciudadanía” no es “pueblo”. Pueblo es un vocablo populista que separa a una parte –los supuestamente buenos por ser seguidores de la ideología populista- de todo el resto, según ellos los malos, por no adherir a tal ideología. Ciudadano en cambio es el individuo que viviendo en sociedad sabe que tiene derechos pero también obligaciones, que para exigir unos debe cumplir las otras, que para pedir solidaridad –que quiere decir compartir un propósito y un objetivo- debe ser solidario él mismo y no sólo reclamar por los “derechos adquiridos”, que las leyes existen para asegurar paz y justicia y no para favorecer a “colectivos” y que el Estado existe para servir al individuo y no para que algunos gobernantes se sirvan de él. Nuestro país acaba de librarse, quizás para siempre, quizás tan sólo por unos años si los uruguayos no aprendemos a conducirnos como líderes conscientes, de liderazgos oportunistas que han condenado a la ignorancia, el fracaso y la pobreza a casi la mitad de la población. Liderazgos que han tomado por rehén a las instituciones, a la enseñanza, a la cultura y a la población a través de los medios de comunicación serviles. Liderazgos basados en la mentira y la construcción de un relato demostradamente falso y engañoso para justificar cada una de sus delictivas acciones que incluyeron hasta la entrega de la soberanía del país: a los bancos con la bancarización obligatoria, a multinacionales extranjeras como es el caso del agua, del puerto y del “Uruguay Natural” a UPM. “El siglo XXI será el tiempo en que la sociedad se moverá desde abajo porque cada ciudadano quiere tener su parte de responsabilidad en la comunidad. Por eso hay que darles esperanzas y razones. Si van a participar, más vale que lo hagan de la mejor manera posible”, decía una de mis autoras favoritas, Ikram Antaki. El modelo de liderazgo que estamos empezando a ver requiere de una ciudadanía informada, instruida, inteligente y participativa. No de la “democracia directa” que es lo más totalitaria y antidemocrática que existe, sino de una participación manifiesta indicando qué es lo que quiere la Nación. Es una de las mejores maneras de fortalecer el liderazgo del líder en la medida que aprobemos su accionar. Y es la manera de indicarle lo que la ciudadanía desea y está dispuesta a hacer, a colaborar y a sacrificar para facilitarle las decisiones a tomar. Con menos de un mes en el gobierno y en medio de la superposición de dos de las crisis de mayor magnitud que hayan afectado a nuestro país de lo que se tenga memoria el actual mandatario y su equipo han sorprendido a propios y ajenos con lo acertado de sus medidas, de su estilo, de sus decisiones y de su “dar la cara”, algo a lo que nos habíamos desacostumbrado. Debemos manifestarle nuestro apoyo. Y debemos también anticipar nuestro apoyo a drásticas medidas que seguramente deberá tomar. Entre ellas, y no sólo por no permitir que los corruptos y ladrones vende-patrias se salgan con la suya, sino porque cuatro mil millones de dólares es un regalo que no podemos permitirnos, decirle “NO” al contrato de UPM.