Recuerdo perfectamente, cuando hace casi dos años atrás, el Senador Jorge Gandini en entrevista televisiva decía:

“Nos vamos a contagiar todos”, y yo decía que no, que si teníamos los cuidados y responsabilidad individual, no tenía por qué contagiarme.

Así transcurrió dos años, recorriendo el país por mi trabajo, cuidándome al extremo, haciendo un protocolo cuidado para no contagiarme.

Vida

Y me dio un gran resultado, ni siquiera un hisopado, ni un contacto directo pasó por esos largos meses.

Yo sabía que un descuido, o un afloje podía ser motivo de un contagio.

Vivimos atacados por las noticias, especialmente de los informativos. Digo atacados porque es lo que se siente cuando ocupaban dos horas de continuo contando muertes del mundo.

Mostrando féretros amontonados sin lugar para ser enterrados.

Siendo las portadas de los diarios, metiendo miedo, y hasta pánico.

Nos hicieron sentir que si nos contagiamos, teníamos los días contados.

Sufrimos muertes de seres queridos y personas públicas que nos marcaron y asumimos duelos por desconocidos.

La salud mental pasó a ser el gran problema, y lo he dicho en cada oportunidad que tenía en los medios de comunicación que tenía el honor de ser entrevistado.

Las cosas parecían iban volviendo a la “nueva normalidad” que tanto pregonó nuestro presidente Lacalle Pou.

Y vino el afloje natural, el reunirnos nuevamente, hasta incluso no tener que usar obligatoriamente el asqueroso tapabocas en lugar públicos al aire libre.

Ver a las autoridades sin tapabocas en la televisión nos motivaba.

Pero hace tan solo un mes y días que empezaron a decir que había una nueva variante y la bautizaron Omicron.

Que es 170 veces más contagiosa que la Delta, que a pesar de la protección natural y de estar vacunado se contagia con facilidad.

Que miles, que cientos de miles, hasta llegar a 1.000.000 (Un millón) de contagiados en un solo día en los Estados Unidos.

Mientras tanto, el presidente y sus “súbitos”, repetidores de historias, miraban hacia otro lado, se hacían los distraídos, como que “no estoy enterado”.

Incluso llegaron a decir públicamente, que esperaban que a Uruguay no iba a llegar con el impacto que otras partes del mundo estaban arrasando.

Pusieron como argumento que tenemos poca densidad de población, que hay un gran porcentaje de compatriotas vacunados incluso con la tercera dosis.

Pero quedó al descubierto que fue mucho más potente el deseo que “No se apaguen los motores de la economía”, antes que la prevención lógica y de sentido común que cualquier gobierno debió tener.

Y junto con la llegada de este nuevo año 2022, llegó a mi casa el ya tristemente famoso “Cobicho”, y me acordé de Gandini, que “todos nos vamos a contagiar” hace dos años.

El primero de enero comienzo con síntomas, el 2 de enero mi hijo, y el 4 de enero mi señora. Los tres positivos, con síntomas presumiblemente de Omicron.

Dolor de cabeza fuerte, dolor de garganta fuerte, tos leve, fiebre baja, menos de 38 y especialmente un dolor corporal fuerte. Las articulaciones, hombros, codos, rodillas, cuello, espalda, como el viejo dicho: “Parece que me hayan dado una paliza” o el más fuerte “Es como que un tren me pasó por arriba”.

Cuesta levantarse de la cama, caminar al baño, todo es mucho más pesado y doloroso.

Es jodida esta porquería y he debido postergar mi cuidado personal, por la salud de mi hijo y esposa.

El amor incluso, té muestra acciones que nunca habías transitado.

Poner preferencias en momentos límites, como priorizar la vida de tus seres queridos, incluso antes que la de uno.

Se siente una falta de apoyo de la mutualista (todas) que asusta. Te dejan huérfano.

Llamadas a línea COVID y nadie atiende, saturadas las mismas.

La emergencia te contesta que están repletos, y que solo dan prioridad si “se desvaneció la persona”.

Te das cuenta en un instante, que creías que estabas protegido, pagando puntualmente una cuota, pero la realidad indica que no es así y que estás expuesto a tu capacidad e inteligencia para actuar.

Que tus seres queridos dependen de uno, y no del sistema de salud que no funciona.

“Con síntomas no recibimos a pacientes en la emergencia” me contestaron por teléfono cuando dije que mi señora estaba con muy bajo oxígeno en sangre y la iba a llevar.

Me imagino que aquellos que no tienen recursos económicos, ni culturales, sencillamente pueden llegar a morir por falta de atención e información.

El negocio de las mutualistas queda en clara evidencia en estas circunstancias.

No se prepararon para lo que estamos viviendo nuevamente.

Uno las veía como el respaldo para esos momentos, pero se da cuenta que no es así.

La falta de empatía del gobierno de turno es evidente.

Políticos disfrazados de ministros, en áreas que no tienen ni la más pálida idea de cómo actuar en circunstancias tan especiales, es notorio a simple vista.

Cargos que deberían ser ocupados por técnicos, y sin embargo lo asumen políticos de cuarta, que reciben el premio consuelo con el nombramiento.

Y para colmo, sin recursos, sin asesoramiento técnico, ya que nombran como asesores a otros correligionarios tan ignorantes como ellos, para cumplir con la promesa electoral.

Lo dramático es que mientras ellos (los políticos profesionales) nos dividen, nos hacen “fachos de derecha o zurdos de izquierda”; impiden unirnos a los de izquierda y de derecha en una misma columna de hombres y mujeres honestos.

Lo más trágico, es que muchas muertes se podrían evitar, y hay responsables de las mismas, que incluso, ni ellos mismos saben que es así.

Reitero, no es sencillo transitar la enfermedad, si bien parece una gripe, con síntomas de gripe, es mucho más que ello, con variantes diarias sorpresivas, y debemos reconocer, que el miedo a morir siempre está latente y depende de la fortaleza mental, más que de la salud o un medicamento.

Tanto miedo nos han metido, que estamos impregnados de pánico, si logramos superarlo, más de media batalla está ganada.