Por Daniel Alberto García Martínez.-
Corría el verano 2020… meses de intenso movimiento en Uruguay, días donde muchos trabajamos, pero otros tantos aprovechan ese tiempo para su descanso, las vacaciones tan deseadas luego de un año de trabajo, o estudio.
Desde Setiembre 2019, los días que llegaron con la Primavera fueron hermosos, intensos, es la estación del amor dicen algunos, pero por sobre todo son meses donde comenzamos a vivir diferente en varios aspectos. Vamos pensando en las fiestas, las reuniones familiares o entre amigos, las despedidas y el recibimiento del nuevo año para que Montevideo quede “vacío” como siempre.
Sin embargo, todo transcurría de manera normal en Diciembre, hasta que empezamos a escuchar la palabra Coronavirus sobre fin de año… ese virus que “apareció sorpresivamente en un mercado de China” donde se comercializan diferentes animales… Alguien consumió sopa de murciélago y ahí “empezó todo”…
De pronto, y en pleno Enero comenzamos a ver noticias que llegaban desde esa zona de Asia, donde iba muriendo gente a causa del virus y éste se propagaba rápidamente llegando a Europa, Estados Unidos y bajaba hacia América del Sur en poco tiempo.
Fuimos transitando el verano con eso que no dejaba de inquietarnos porque se estaba “yendo de las manos” como se dice. Hasta vimos cómo se construyó en China un hospital en solo diez días, algo que asombró al mundo, como si lo estuvieran preparando todo.
Transcurría Febrero y ante la información que llegaba, comenzó agotarse en las farmacias el alcohol en gel y tapa bocas. Sonaba raro todo esto. Durante varios días la preocupación me invadió, empecé a buscar y conseguía de a poco estas dos cosas, que se han convertido hoy en uso común en nuestro país. Ya muchas farmacias estaban sin los insumos que la población comenzó a comprar por cantidad previendo lo peor.
Acá en el sur, por estas latitudes, hacíamos la vida normal, pero con algo de preocupación por lo que significaba -ante todo – viajar hacia algún destino lejano con lo que sucedía… o que viniera gente de esos países.
De a poco nos fuimos familiarizando con el tema, buscando información, leyendo noticias, viendo reportes de lo que pasaba día tras día… la muerte estaba presente golpeando fuerte y rápido.
Los casos y fallecidos estaban muy cerca de nuestro país, les había llegado a nuestros vecinos, los hermanos mayores, Argentina y Brasil.
El miércoles 11 de marzo la OMS declaró que se pasó de epidemia, a pandemia. La noticia nos descolocó: en pleno Siglo XXI una Pandemia golpeaba fuerte por todos los Continentes.
En lo personal, estaba en mi segunda semana de licencia y seguía de cerca lo que sucedía con preocupación, tratando de entender lo que estaba ocurriendo y ante lo que deberíamos prepararnos.
No estaba en Montevideo, me encontraba en la Costa De Oro, disfrutando unos días en familia. Cada noche al acostarme revisaba las noticias y empecé a intranquilizarme, sentía que mis vacaciones iban a terminar pronto. Y así fue.
El Viernes 13 al mediodía fui con un familiar a dos cadenas de supermercados importantes en la zona balneario y pude ver algo que nunca antes ví: la miseria humana y el egoísmo. Gente de alto poder adquisitivo comprando todo lo que podían y cargando carros y carros con surtidos peores que en las fiestas tradicionales. Mucho movimiento y nerviosismo en la gente. Otros apenas compraban algo…
Nosotros encontramos lo que buscábamos, algunos productos puntuales y mascarillas, volvimos al rato a la casa y de ahí me vine a Montevideo. Ya en el bus las noticias indicaban algo inminente, hasta que se confirmaron los primeros cuatro casos en Uruguay. Los pasajeros en su mayoría estaban chequeando también las noticias y reinaba un clima de cierto silencio, con aire de preocupación ante lo desconocido.
Bajé en Tres Cruces, me encontré con una amiga, tomamos un refresco y el tema del momento era la pandemia en nuestro país. Charlamos poco tiempo, nos despedimos y caminé varias cuadras hasta mi casa. Se veía cierto movimiento extraño aun siendo viernes y verano, algo estaba sucediendo.
Al llegar a mi apartamento fui al supermercado ya en la tardecita. Nunca había visto góndolas vacías. Estaba desconcertado en lo que tenía que comprar porque había que abastecerse porque así el ritmo del momento lo indicaba. Todo hacía suponer que debíamos recluirnos, encerrarnos y tener alimentos y agua suficiente por tiempo indeterminado.
Sinceramente me asusté. Pensé en mi hijo, mi familia, mis amigos, y cómo iba a enfrentar lo que venía.
Las noticias desde el Gobierno comenzaron a hacerse claves para saber el futuro incierto del país.
Y así comenzamos a vivir el “Quedate en Casa”…
En pocas horas las calles quedaron vacías, los comercios empezaron a cerrar, el transporte se restringió y la ciudad quedó desierta en medio de un caos que fue ganando en pocos días en varios sectores. El comercio se detuvo, el Mundo se había detenido y ahora nosotros a la par.
Las medidas dispuestas por el Gobierno, que no hacía dos semanas había asumido, eran fuertes y claras, algo que llamaba la atención y generó cierta resistencia, pero se fueron acatando porque estaba en juego la salud de la población.
Las instituciones médicas suspendieron todas las consultas y comenzaron a prepararse mejorando sus instalaciones y aislando espacios para pacientes con Covid-19. Todo se puso en marcha en forma rápida y con apoyo suficiente para atender una situación al límite.
El resto de mis días de licencia los pasé solo en mi apartamento, informándome todo el día por diferentes medios, desde temprano, hasta tarde en la noche. Dejaba espacios para la lectura y estar presente en las redes.
Todo cambió de golpe… el silencio se apoderó de Montevideo.
Se agudizaron algunas situaciones por el llamado “encierro”, algo que hasta estos días da que hablar, porque muchos hechos delictivos fueron quedando al descubierto.
Empezamos a ver móviles policiales haciendo uso de sus altavoces, pidiendo a la gente que fuera a su casa, que no podían haber aglomeraciones, ni circular en lo posible.
Los helicópteros policiales sobrevolando bajo y con su mensaje “Ante la Emergencia Sanitaria, el Ministerio del Interior exhorta a evitar aglomeraciones…”
Por su parte se hizo algo común que cada día, tanto el Presidente de la República Luis Lacalle Pou, como el Secretario de Presidencia Álvaro Delgado, salieran en conferencia de prensa anunciando nuevas medidas y dando las cifras de contagios hasta que éste último confirmó la primer muerte…
En el edificio donde vivo hubo durante días un gran silencio, me sentía el único habitante, todos estaban en casa pero el miedo se apoderó de nosotros.
Fueron pasando los días, empezaron aparecer pequeñas señales que nos indicaban que podíamos ir saliendo por temas puntuales.
Nadie está preparado para una situación de encierro y convivencia diaria entre su propia familia. Muchos -a mi entender – comenzaron a conocerse de nuevo, y por ende a sorprenderse del otro en varios aspectos.
La palabra más usada y escuchada en este tiempo ha sido protocolo, y de ahí que se adoptaron muchos como forma de prevenir y contraer el virus.
La segunda palabra que nos hizo ver lo diferente fue cuando el Presidente anunció la Nueva Normalidad, ya muchas cosas no iban a ser como antes. De hecho aún casi a fines de Junio, no hemos vuelto del todo a lo llamado “normal”… quedan muchas cosas en el camino.
Nunca pensé que íbamos a andar de tapa bocas, cuando nos sorprendía ver en algunos países asiáticos su uso como algo común, debido a la contaminación.
Muchos aún no pueden ver a sus familiares, otros tantos no pueden siquiera darle un abrazo a su ser querido, dependiendo su edad y estado de salud.
En mi caso, estuve dos meses y medio sin ver, ni abrazar a mi hijo. La dureza de la vida misma y sus golpes hizo que esta vez no se me cayera ni una lágrima, en cambio mis brazos fueron esa contención.
De a poco comenzamos a sociabilizar de lejos, aunque fuera con el vecino, el empleado del supermercado, o la farmacia, el compañero de trabajo, y luego la familia y los amigos… todos golpes emocionales que cada uno lo pasó, o pasa a su manera, con los sentimientos a flor de piel.
Cuánto nos hizo pensar esta pandemia acerca de la vida, sus momentos, lo mal que hacemos las cosas y lo poco que valoramos otras…
Cuándo íbamos a estar tan necesitados de dar un abrazo, o dejarnos caer en los brazos de ese ser querido, o amigo…
Cada vez que fallecía un paciente de Covid – 19 nos invadía una sensación de impotencia, bronca y dolor por ese ser que se fue en soledad sin despedirse de su familia. Cuántas cosas se nos pasaron por la cabeza…
Sin dudas que esta situación que aún no termina y nadie sabe qué pasará mañana, nos ha llevado a cambiar y ver la vida desde otra perspectiva, valorar lo que “antes” y no muy atrás en el tiempo no lo valorábamos.
No hay como la libertad, gozar del aire puro y de la rambla tan deseada para muchos que supimos ir ni bien aparecieron las primeras señales para comenzar a respirar y sentir el viento, o el sol en el cuerpo.
La batalla no está ganada, ni cerca, ya estamos en invierno.
Ojalá pasemos este tiempo en paz, sin que nos gane el virus y que pronto podamos reunirnos y celebrar la vida entre nuestros seres queridos.
Ya vamos pensando en las fiestas junto a la familia y despedir fuerte este 2020 hasta decirle “hasta siempre”.