Soy consciente que el tema que voy a analizar en la columna será sumamente polémico y a muchos les va a arder el estómago cuando se vean reflejados, pero, fiel a los principios de la misma, debemos tirarnos a fondo con nuestras ideas.
Como siempre decimos, no vamos a generalizar, no son todos, pero no tenemos la menor duda que la gran mayoría de los uruguayos ha estado tan mal acostumbrado que no quieren trabajar de verdad.
¿Por qué de verdad? Porque hemos pasado la mayor parte de la vida sin hacerlo, o por lo menos pensando que “eso” era el trabajo. La mayoría de los uruguayos son malos empleados, no son confiables, son faltadores, simuladores y traicioneros a la hora de terminar la relación laboral. Estamos llenos de ejemplos que abonan lo que decimos.
Solo los invitaría a nuestros lectores a ir un ratito de mañana a la puerta del Ministerio de Trabajo en la calle Juncal casi Cerrito. Allí les llamará la atención ver más o menos una docena de jóvenes dando vuelta en la puerta y hasta las esquinas. ¿Qué es lo que hacen? Simplemente se interponen a las personas que vienen caminando para ofrecerles un “buen abogado” si es que viene a presentar una denuncia laboral.
Por supuesto que de esa manera se pacta el “vamo y vamo” clásico e inmoral de los profesionales con el ex empleado despedido.
Sigue todo su curso, se inventan horas extras que nunca hizo, testigos truchos, salarios no cobrados, vacaciones no gozadas y todo lo que la mente privilegiada de algunos con falta de ética pseudo abogados inventan para armar el globo a presentar.
De lo que le puedan sacar al desgraciado que un día le dio trabajo será repartido por partes iguales.
Pero el tema que hoy nos ocupa directamente es la falta de ganas de trabajar que tienen los uruguayos. Quieren un empleo a su medida, de pocas horas, ganar mucho, hacer poco, no tener responsabilidades muy exigentes, no trabajar el fin de semana y ver qué horario.
Están muertos de hambre, pero igualmente miran pequeñas cosas para trabajar. Son envidiosos con los compañeros de trabajo, y siempre buscan los defectos de sus empleadores. Vuelvo a repetir que no son todos, para que nadie se enoje, pero lamentablemente es así.
Son los mismos que hablan mal del país, que despotrican y envidian a los que progresan, a los que se compran un auto o una moto, los que se preguntan cómo es que hizo para tal o cual cosa el vecino.
También son los mismos que se van a vivir a Miami y se rompen el c… haciendo cualquier trabajo denigrante, soportan que sus patrones los basureen y hablan maravillas de Uruguay.
Por eso aun en el Uruguay se vive sin trabajar, con una changa de vez en cuando, por eso cuando le decimos a un desocupado que salga a vender nuestro semanario puerta a puerta, nos miran raro y prefieren limpiar parabrisas en el semáforo.
Hay veces que leo cómo se reconstruyeron después de una guerra los Alemanes y me da tanta rabia ver a nuestros compatriotas vegetar y dejar pasar sus vidas en forma tan triste que me pregunto si en realidad habrá un cambio de mentalidad más que de gobierno o políticas económicas, que es lo que realmente necesitamos para mejorar nuestra calidad de vida.
Alguien me dijo que esta postura de los uruguayos es genética, que habría que mirar hacia el pasado y darnos cuenta que viene de generación en generación.
Que siempre pensamos cómo trabajar menos y ganar más.
Últimamente, cuando ya se está poniendo un poco más difícil la cosa, aparecen los regalos del gobierno, que hasta en forma poco creíble les comienzan a dar plata a los pobres.
Dinero para el vino, para el celular, para los cigarrillos y hasta para las drogas.
Ahora todos estamos en el Fonasa y pronto estarán hasta los que no quieren estar.
Muchos se han quedado en el hospital voluntariamente, porque saben que no tienen dinero para pagar las órdenes y medicamentos en las mutualistas privadas.
Me viene a la mente aquella respuesta que antes se repetía muchas veces… “Ni regalado”.
La mentalidad del garronero, del buscavidas, del envidioso, del que saca ventajas, del mentiroso o el que habla mal de todos, es lamentablemente una constante mayoritaria en los uruguayos.
Cambiarla, depende de todos nosotros.