Los que me conocen saben mi historia. Nací en Argentina igual que mi hermana, por un hecho y no por derecho. Que si mis padres hubieran querido éramos uruguayos naturales y no legales. De todas formas aquí estoy hace 41 años, de mis 42. Y si me dicen que no soy argentino me peleo con todos. Aunque tenga en la sangre más de uruguayo que algún gallego importado (con todo el respeto que merecen). Lo interesante de haber nacido allá no es que en un viaje a Mar del Plata los dos uruguayos «tortolitos» nos concibieron entre obras de teatro y puestas de sol. Nacimos por error, o por horror, escapando ellos de nuestra Dictadura. Exiliados por las dudas. Porque en aquellos días no preguntaban mucho. Si estabas afiliado a la izquierda ya era suficiente y ustedes saben qué paso luego. Sin plata y con mucho miedo se escaparon. Y luego, cuando se empezó a calmar la cosa, regresaron. Mi vieja fue requerida una vez. La largaron, no se sabe por qué y de aquel episodio poco nos contaron. La pasó mal sin dudas. Alguna secuela aún hoy queda de aquellos episodios tristes. Y su cerebro saturado de psicofármacos ya no recuerda más que el pasado reciente, muy reciente. Cuando en las redes leo «nuncamásDictadura» recordando el golpe cívico-militar del 27 de julio de 1973, quiero creer que también debieron escribir y por error o falta de memoria faltó «nuncamástupas«. Porque de otra forma se está pidiendo en una suerte de ventaja moral que unos nunca más y que los otros «cuandoquieran«. Y de ese horror en que ambas partes lograron con cierto éxito bañar en sangre al Uruguay, surgieron dos exiliados, que en la vecina orilla tuvieron dos hijos y acá estamos. Y al volver ni un peso pidieron para su reparación moral. Porque quizás si algo les corresponde tendría que venir de los dos bandos. Del Estado opresor y de los tupas asesinos que manipularon a unos miles para que dieran su vida por la lucha de clases, pero en su gran mayoría gozan de buena salud, o son recordados como héroes. Que si querían luchar por las libertades, el camino eran las urnas y no el saqueo y la destrucción del bien público.
La culpa un poco es de nosotros, porque aceptamos que se recuerde el «nunca más» y callamos. Porque si lo hacemos, algún millenial desnorteado nos tratará de insensible facho golpista. Y de aquellos babybummers sesentistas nos llevaremos el desprecio por no haber estado ahí y no saber nada de aquella época. «A vos porque no te toco» me va a repetir alguno. Por suerte, o por desgracia, no pueden correrme con el poncho. Mis viejos casi no la cuentan y de esa sí, de esa no salían y yo no estaba acá.
Hace poco hablando con mi hermana me había dicho: «a mamá le corresponde, y si muere a nosotros» y yo le dije «ni loco» al estado no le saco un peso. Porque prefiero ser pobre a ser un parásito. Y si la culpa de haber nacido allá fue de los milicos, otro tanto se lo tendría que ir a cobrar al viejo vizcacha a la chacra. Que gracias a mi vieja y unos miles más de infelices olvidados goza de una vida sin sobresaltos, ni carencias.
Hay otras historias tristes que no son la mía. Madres y padres sin hijos que no voy a rebajar el discurso moral para justificar que quizás se lo merecían por revoltosos. O creer que al tupa que mataron por la espalda en el 72 estaba bien muerto por sedicioso. Ese discurso está más manoseado por la izquierda que por nosotros los demócratas republicanos. No lo aplaudimos, pero menos promovemos el hecho como si se tratara de una pobre «Carmelita«. Lo justo no sé qué hubiera sido, porque si se escapa y mata a un cristiano estamos igual que antes, o peor.
Lo cierto es que algunos siguen con la grieta porque «garpa«. Un poco de manija para que los Z que ya votan los sigan y otros pocos porque se creen moralmente superiores. Y a mí, les repito… esa no se las llevo. No me corran con el poncho, porque no me conocen.