Decir que Peñarol ganó dos a cero a Cerrito, parecería para alguien distraído, que los aurinegros ganaron merecidamente.
Sin embargo, Peñarol sigue sin jugar a nada, con un entrenador que ya está aprontando las valijas para su despedida.
Larriera demuestra una inseguridad que asombra, una falta de carácter que lastima a la vista. Que alguien le recuerde que está dirigiendo a Peñarol.
El error garrafal de Pablo Bengoechea de nominar a Larriera se está pagando muy caro ya hace mucho tiempo.
Cerrito muy poco, casi resignado a un milagro para sacar un punto entró a la cancha.
Peñarol con la vuelta de Formiliano a la zaga (de donde nunca debió salir), con Giovanni de lateral (donde menos rinde), dejando en el banco a Trindade para probar al argentino Musto, a quién tenía ganas de largarlo en el clásico del jueves (no rindió nada) y a Nahuelpan de titular ante una lesión de “El Canario” Álvarez, no jugó a nada.
Peñarol más que jugar contra Cerrito, se enfrentó a sus propios errores de funcionamiento.
Con Torres sin saber dónde y de qué juega, deambulando por la derecha y la izquierda; ahora consagrado en la selección con la bendición de Tabárez, asumiendo una responsabilidad que no debe tener aún.
Las cosas por su nombre, el funcionamiento de Peñarol depende de Gargano, y si Gargano no aparece, Peñarol no juega a nada. Los aurinegros tienen una identidad diferente a todos, deben jugar “a lo Peñarol” y dejar de lado el 4, 4, 2, o el 4, 1, 4, 1.
Peñarol debe jugar como siempre cuando logró títulos, 4, 3, 3 y listo.
Deben dejar de inventar línea de tres, línea de cuatro, doble cinco, laterales volantes; eso no es para Peñarol.
El día que vuelvan a sus raíces, no tengan dudas, que volverán los triunfos.