Pocas cosas recuerdo que me molestaran más -con excepción del consecuente sermón de «padre, madre o tutor” encargado- que esa fastidiosa frase estampada por la maestra en el renglón de “Observaciones” de mi carnet de notas de la escuela. Al fin y al cabo, ¿quién era la maestra para saber si yo podía, debía o quería rendir más? ¿Qué podían saber “padre, madre o tutor” si podía dar más o si había puesto todo mi esfuerzo en aprender lo que la escuela tenía para enseñarme? ¿Con qué criterio podía nadie evaluar cuáles eran mis capacidades reales y/o si me quedaba algún tipo de “reserva funcional”, cerebral, cognitiva o volitiva para dar? ¿Con qué derecho se atrevían a juzgarme y a exigirme conminándome –como diría Puglia- a rendir más porque según ellos “podía y debía” hacerlo cuando yo estaba seguro de haber hecho las cosas bien, mejor de lo esperado y por encima de la performance del promedio? ¿Por qué a mí, que había hecho bien los deberes, obtenido buenas notas, levantado respetuosamente la mano cuando debía y callado al momento de atender -y hasta controlado mi conducta- me reclamaban que “podía y debía” rendir más pero no se lo decían a los otros, a esos que faltaban a clase, que no cumplían sus deberes, a los tramposos que engañaban, a los que repetían burradas día tras día, mostraban serias faltas de conducta, a los que escribían y hablaban con faltas y mentían? No era justo. Y sin embargo, la frase insistía en aparecer en mi recuadro observaciones pero no en el de condiscípulos con notas inferiores a las mías. Me tomó tiempo darme cuenta: No era lo que yo hacía lo que se cuestionaba sino lo pendiente de hacer, lo dejado de lado, lo postergado, lo que se esperaba de mí y aún no había dado; la esperanza inconcreta, el potencial aún no alcanzado y la incertidumbre de hacerlo alguna vez. Yo creo que de igual modo se debe sentir por estos días el Presidente. Todo –o casi todo- lo que ha hecho lo ha hecho bien. Mejor de lo esperado. Por encima de las expectativas de propios y ajenos. Despegado de la corte de payasos que protestan por lo que ellos mismos provocaron y reclaman lo que demostraron ser incapaces de hacer. Muy superior a sus decadentes predecesores y lejos, muy lejos por encima y adelante de lo que podrían haber hecho sus contendores de campaña. (Haber zafado de ser gobernados por ellos es prueba de que Dios existe). Y sin embargo en “observaciones” sigue estampada la frase “puede y debe rendir más”. Le debe irritar. Y mucho. Pero se la tiene que fumar. Porque a diferencia de ocasiones anteriores, en la última Elección muchos no votamos por “el menos peor” como veníamos haciendo sino por la persona indicada. No nos conformamos con la menos mala de las opciones sino que tomamos partido por quien creímos –acertados o no pero convencidos- el mejor para implementar el cambio necesario que nos alejara para siempre de la hegemonía y del nefasto modelo de la izquierda castrochavista vernácula. No votamos por una “mejor administración” de un Estado dilapidador y asfixiante, sino por devolverle la iniciativa al individuo. No pedimos subsidiar mediocres artistas sino eliminar la obligatoriedad de escucharlos que impone la ley de medios. No reclamamos venganza –tal vez ni siquiera justicia- contra cobardes asesinos aún impunes sino el respeto a la Constitución, la palabra que empeñaron e incumplieron y que no vivan de nosotros como tampoco de sus muertos. “Puede y debe rendir más” tiene que ver con la satisfacción de las expectativas adecuadas. Y en este lugar y tiempo histórico las expectativas a satisfacer deberían ser las de quienes pusimos a este gobierno en su legítimo sitio, no la de los mediocres compañeros de salón que venían dominando el aula y la dejaron enchastrada. No es para mantener conformes, expectantes y lucrando a adversarios que se sienten enemigos y que jamás estarán contenidos sino solo agazapados preparando la emboscada que nos la jugamos. No es para esperar a que se decidan “poner palos en la rueda” y “complicarle la vida al Gobierno” -como anunciaron repetidamente y que en realidad no es al Gobierno sino a todos- que pretendemos paz social sino para que la República retorne. No es para que los saqueadores del Estado –y el Estado somos todos- respiren tranquilos e impunes porque no se harán auditorías que votamos este Gobierno sino para desenmascararlos. Si quienes deben implementarlas tienen sus propios muertos en su placard, que se hagan cargo y aguanten la tacada o que se vayan. Que tengan claro que las seguiremos exigiendo porque es nuestro dinero y nuestra vida, no el de ellos ni sus cómplices. Que entiendan que estamos hartos de una clase política sin clase, de mediocres entronizados en cargos que les quedan grandes, de delincuentes devenidos en señores y de soberbios que subestiman a la gente. Hemos barrido lo peor pero aún nos falta plumerear resaca. Tenemos la convicción de que en el equipo de Gobierno hay talento, buena intención y potencial aunque también elementos nefastos que restan. Nos queda la esperanza de que la tarea se va a cumplir y aún algo de paciencia para esperar señales. Es cierto que hay compromisos y que los tiempos políticos no son los tiempos de la gente, pero también es cierto –y se ha olvidado- que “el soberano” es la gente, que la autoridad del Gobierno emana de nosotros y que la mayoría los votamos para enderezar el rumbo, no para darle la derecha a la izquierda sino para desenmascarar el daño que ha hecho y señalar responsables. Mientras eso no se entienda ni se atienda, en el renglón de “observaciones” seguirá apareciendo la frase “puede y debe rendir más”. Aunque sea el mejor de su clase, aunque moleste e irrite y aunque los aplausos cercanos no le dejaren escuchar este clamor. Y porque está allí porque elegimos confiar en él, en el potencial que tiene y representa y en la capacidad de hacer de las promesas una realidad tangible para que no volvamos a caer en la mentira populista. Caso contrario, nos habremos equivocado. Otra vez.