Muchas veces me pregunto qué es lo que realmente quieren o queremos los uruguayos.
Me he dado cuenta que poco a poco la mayoría de los compatriotas que la pelean día a día han ido perdiendo sus ilusiones y hasta podríamos decir que las pretensiones que lógicamente se puede aspirar.
Ya no soñamos con tener un buen pasar económico, sino que nos conformamos con tener trabajo y que la remuneración que recibimos sea lo necesario para llegar a fin de mes.
Se han perdido los deseos de tener unas buenas vacaciones en familia, de poder vestirse decorosamente y hasta diría de comer y alimentarnos como corresponde.
Cada vez la cosa está más difícil y eso lo siente la sociedad toda, los que más capital tienen más se benefician con esta situación, mientras que aquellos que algún día fueron integrantes de la visualizada clase media, ahora viven prácticamente el día a día.
Yo diría que la gente del interior del país hace muchos más años que está entregada y sus aspiraciones son simplemente de vivir una vida tranquila y sin sobresaltos.
Hace 2 décadas atrás los jóvenes programaban sus estudios en base a lo que pretendían de su futuro, pero ahora ya no es así, se está viviendo mucho más rápido y se apuesta más al día a día que a visualizar el futuro laboral de una persona.
Muchas veces siento mucha tristeza y debo confesar que la angustia me invade seguido al ver cómo se encuentra a la deriva como un barco sin timón, un sector muy grande de nuestra juventud.
Dicen los entendidos en sociología que es una reacción colectiva que toman las sociedades cuando luchan y luchan durante décadas y ven que no avanzan nada.
No es que estén entregados, pero sí están dormidos y es hasta lógico que la desazón por no visualizar un futuro agradable que se caiga en una especie de depresión colectiva.
No saben si lo que están estudiando les va a ser útil en el futuro y un poco por costumbre y otro poco por obligación social hacen la secundaria la mayoría de los jóvenes uruguayos.
Mientras tanto hay una generación de padres que vivió hace pocos años en otro mundo y que ha visto cómo en muy poco tiempo han cambiado rotundamente las cosas en nuestro país.
Los adelantos técnicos para esta generación de padres si bien son bienvenidos nos dejan la sensación que han terminado con una cantidad muy importante de costumbres que fueron parte de nuestras vidas.
Aunque parezca contradictorio, la comunicación que ha avanzado tanto nos incomunica con nuestros seres queridos.
Hoy todo es diferente y esa diferencia la sentimos los que somos mayores.
Muchas veces vemos que sin proponérselo nos falta el respeto y hasta diría que no se dan cuenta de lo que están haciendo.
La sociedad uruguaya ha cambiado mucho y yo que tengo la fortuna de poder viajar en el país y fuera de él siento muchas veces que la pérdida de valores y de códigos es consecuencia del avance de la tecnología en el mundo.
Al no haber una sociedad que se revele, no hay quien obligue a los responsables de gobernar el país a buscar soluciones a los graves problemas sociales que hoy sufrimos.
A los uruguayos nos cuesta mucho unirnos entre nosotros y cuando lo intentamos hacer es muy posible que terminemos enemistados.
Sin embargo puedo avizorar que llegará el momento en que aparecerá esa rebeldía natural que enfrente con mucha fuerza a aquellos que tienen la gran responsabilidad de gobernarnos.
Cuando llegan los problemas económicos estos no te permiten pensar, ya que tu mente está siempre ocupada para encontrar la fórmula de logros económicos.
Las políticas económicas que han llevado a cabo los diferentes gobiernos contemporáneos han sido erráticas y en ningún momento se tuvo la valentía financiera de privilegiar a las clases sociales más carenciados.
Económicamente los uruguayos somos dependientes de las organizaciones financieras que nos han prestado el dinero para seguir subsistiendo.
Si no hay caminos posibles, nuestra suerte está echada y si en algún momento llega un gobernante audaz, que piense primero en el bienestar y la calidad de vida de los uruguayos antes que en los organismos internacionales de crédito, seremos agobiados hasta límites insospechados.
Muchas veces medito y llego a conclusiones muy preocupantes, ya que veo y siento a mis compatriotas definitivamente sin esperanzas y con muy pocas ilusiones de un presente y futuro agradable.
Cuando un país entero pierde las esperanzas, es el momento de revelarse y enfrentar a los poderes que han sido responsables de una situación tan dramática como la que nos va a tocar vivir.