La situación política en nuestro país ha derivado a que un gran porcentaje de nuestra población se haya inclinado hace ya algunos años, cuando llega el momento de votar ante una de las tantas elecciones que tenemos en el Uruguay, a resolverse por votar al “menos malo”.
Es así que todos los que tomamos esa decisión, en la cual me incluyo, terminamos siendo malos también, por una forma simple de ver las cosas, ya que si decidimos entre tres o cuatro que son malos, lógicamente que vamos a transformarnos nosotros también en electores malos de un candidato.
Hay también un buen porcentaje que va creciendo elección tras elección, que simplemente no vota o vota en blanco.
Ya hay frases que se reiteran, como por ejemplo “prefiero pagar la multa”, “yo metí adentro un papel que decía no voto ningún mafioso”, y están los que no ponen nada adentro del sobre y que después dicen en su seno familiar o de amigos “fui a votar para no pagar la multa”.
Es también algo reiterativo escuchar a múltiples jubilados o pensionistas que expresan que van a votar porque si no lo hacen no pueden cobrar su sustento mensual.
Esto va dando un panorama que crece con el tiempo y los porcentajes se agigantan elección tras elección de ciudadanos que están desencantados con el sistema político.
Muchas veces nos hemos preguntado y ha sido inclusive motivo de polémica y discusión, si las elecciones deberían seguir siendo obligatorias.
Creo yo sin temor a equivocarme que si se resolviera que no es obligatorio ir a votar y no hay multa que castigue a quien no lo haga, nos encontraríamos con porcentajes sumamente sorpresivos de gente que no iría a votar.
Yo personalmente seguiría yendo a votar, porque estoy hasta empecinadamente convencido que debemos colocar en el gobierno y que tenga el poder alguien que realmente reúna las condiciones necesarias como para realizar los cambios imprescindibles que necesitamos en nuestro país.
Pero no es solamente elegir una persona, ya sea un hombre o una mujer para que sea el Presidente, sino que lo más importante, aún más que quien ocupe la primera magistratura, es lograr cambiar el sistema actual de gobierno que no permite al Presidente por más Presidente que sea, hacer los cambios y las acciones que crea conveniente para mejorar la administración de nuestro dinero y por ende la calidad de vida de los uruguayos.
Se preguntarán a esta altura nuestros lectores, ¿cómo se puede cambiar el sistema político? Y esa es una interrogante que vengo luchando hace muchísimos años por conocer su respuesta.
Ocurre que quienes hoy integran ese sistema, son los que deberían cambiarlo, pero también son los principales interesados en que no cambien, por consiguiente, estamos ante un acertijo, sin encontrar la respuesta necesaria para hacerlo.
Los más grandes nos han dejado la experiencia que dice que los cambios más importantes en todos los países del mundo se han producido luego que hay un golpe muy grande.
Ese golpe normalmente es económico, y termina en revoluciones civiles con la intervención militar.
Alguien ha inventado la frase “revolución pacífica” y muchos políticos la han repetido insistentemente en sus campañas electorales, queriéndonos convencer de utilizar dos palabras que tienen históricamente definiciones diferentes, ya que revolución está asociada en el mundo con violencia, sangre y dolor, mientras que pacifica es todo lo contrario.
Muchas veces los políticos usan diferentes artilugios psicológicos y se preparan para manejar con sus discursos a las masas.
La mayoría de las veces lo logra, porque dentro de los ingredientes que utilizan en sus discursos, hay uno que es el principal aliado del sistema político uruguayo, me refiero a la enorme necesidad y carencias que tienen miles y miles de uruguayos que los llevan a lograr que las elecciones se transformen en zafras para su propio beneficio.
¿Qué significa esto? Que hay miles y miles de uruguayos que utilizan las campañas electorales y la desesperación de cientos de candidatos en su beneficio propio, ya que canjean no solo el voto en la urna, sino múltiples actividades partidarias a favor del candidato por algo a cambio que puede llegar a ser, por ejemplo, un trabajo en la Intendencia local para él o para la hija, o quizás para la señora, o permitirle pintar el muro de su casa a cambio de dinero, o repartir las listas, doblarlas y ensobrarlas, o atender el comité durante largas horas del día a cambio de un beneficio futuro si el candidato gana.
También reciben materiales de construcción, como bloques o chapas, o quizás alguna bolsa de Portland, todo canjeado por su demostración de militancia a favor de un candidato.
Por eso pienso muchas veces y hasta me desvelo muchas noches, en cuál es la forma que debemos actuar los uruguayos que nos jactamos de ser honestos y bien intencionados, ya que los que tenemos ya más de 60 años conocemos la triste historia de los gobiernos blancos y colorados en nuestro país y la debacle financiera, las deudas externas e internas que generaron y lo que nos han robado descaradamente durante decenas de años.
Y aquellos que tuvieron la firme convicción de votar al candidato del Frente Amplio, seguros que allí se iba a producir ese espectacular cambio en la forma de hacer las cosas los políticos, vemos con tremenda depresión que también nos volvimos a equivocar, y que estos que están ahora son más de lo mismo, y todo aquello que nos prometieron que iban a hacer si eran gobierno, terminó en el tacho de la basura.