No debe olvidarse que enloquecido, incapacitado para frenar el gasto público, -léase despilfarro a troche y moche-, el Poder Ejecutivo, en tiempos de Tabaré Vázquez, a instancias de una conducción económica que le importó un comino de la gente, aprobó una catarata de aumentos en las tarifas de los servicios públicos. Notable suba de impuestos (“consolidación fiscal” dijo Astori), que gravó aún más los limitados ingresos y recursos de la población sufriente. Añádase que por “obediencia debida” los directorios de las empresas públicas conformaron un hato de monigotes contrarios a los aumentos desbocados que fueron a parar a Rentas Generales, pero asomaron incapaces de contrariar al amo absoluto de la economía nacional, que en su momento tuvo más ganas de irse que de quedarse. Se pasaron de listos y les costó el gobierno.
(Enfoques, 12 diciembre de 2017)_*
Idos de rosca, cuatro años después se invierte el panorama. PITCNT y Frente Amplio, amalgamados en una sola entidad política y sindical atacan sin contemplaciones el gobierno de Lacalle Pou, que debió resignar anticipados planes de gestión debido a la pandemia que azotó al mundo entero.
Bueno es reconocer el acierto de procedimientos del gobierno uruguayo para combatir la enfermedad. En este instante el virus volvió a Europa, y azota sin piedad, también, a naciones de los cinco continentes.
En el Uruguay, controlado el ataque masivo del coronavirus, el país debe sufrir ahora los embates de una pandemia política degenerada y maliciosa, en donde todos son uno en el objetivo común de voltear el gobierno. Y no se me suelta la mano al escribir y reiterar: voltear el gobierno. Hacerle la vida insoportable al Presidente y mantener en vilo a la República. Mandamientos diabólicos, estos, del Foro de San Pablo y del Grupo de Puebla. A como dé lugar, alzarse con el gobierno en las próximas elecciones.
Aprovechando la coyuntura gubernativa que sucesivos gobiernos frenteamplistas y sindicales no pudieron superar, alientan ahora todo tipo de conflictos. Huelga y ocupaciones, manifestaciones y reivindicaciones por aquí y por allá, sospechas de sabotaje, legisladores alzados que cobija la bandera, todo lo cual propicia y alienta la rajadura y profundidad de la grieta que ha dividido en dos el país desde que el Frente Amplio asumió el poder en un año desafortunado de principios de siglo.
Un millón de ciudadanos gana menos de 18.000 pesos por mes, con jubilaciones y pensiones que, en su inmensa mayoría, no sobrepasan los catorce mil pesos mensuales.
A galope tendido, el elenco opositor persigue ahora lo que va quedando de una clase media, acosada en extremo, despojada de sus bienes y absolutamente postergada.
Aniquilar el sistema productivo constituye el objetivo principal que con todo desparpajo exigen públicamente, y que como corolario acompaña el saqueo continuado del bolsillo de la gente.
No supieron evitar la diaria desaparición de empresas familiares asoladas por una voracidad fiscal insaciable, que superó el límite de dejar boqueando al ciudadano. Muerto si es posible, a la luz de la ola de suicidios que se abate sobre el país, sumergida la población en un estado de depresión general y colectiva al no poder hacer frente a sus necesidades más fundamentales.
Con denuncias frecuentes en las redes sociales, la gran prensa se extravió en los tentáculos dolarizados de la publicidad oficial. Tienen oxígeno para sobrevivir multitud de empresarios que integran familias y apellidos que permanecen colgados del pincel de la desfragmentación generacional.
El gobierno y la conducción económica avanzan tapando agujeros con lo poco que resta del bienestar general, sin perjuicio de seguir endeudando el país, imposibilitado de pagar lo que le debe a la banca internacional.
La deuda externa en tiempos frenteamplistas trepó a más de 60 mil millones de dólares. Tiempos de Astori, “consolidación fiscal”, pillaje que habilitó el maquillaje numérico.
“2 por 2 son cinco”, fue resumen de la explicación doctoral para promover y justificar la extracción de recursos de los servicios públicos. En cuestión de pesos sabido es que tuvo intervención directa el titular de la cartera y su gavilla.
Como corolario y para el «mejor servicio», el sindicato de la nafta le prendió fuego al combustible. ¿Cómo lo hizo?
Apagó la Refinería de La Teja.