Parte IV

Por Marcelino Rodríguez.-

La propuesta del allanamiento nocturno provino nada menos y nada más de quienes atentaron contra la Carta Magna y los Derechos Humanos en el Uruguay, aunque fuera en calidad de “bandoleros” a diferencia de los que cometieron lo mismo como integrantes de las instituciones del Estado. Si bien esta bueno tener presente lo que hicieron los primeros, no tiene comparación, ni se puede poner a la misma altura de los segundos. Por homología se aplica para los policías, el hecho de perseguir el delito y a los delincuentes no implica convertirse en lo que se combate; lisa y llanamente en malhechores uniformados.

Razón por la cual – aunque resulte bizarro – “el “Pepe”” pese a haber sido delincuente común en un principio, guerrillero a posterior, llego a ser Presidente de la República por el voto de los uruguayos, incluso a sabiendas de quién se trataba y que había hecho; sin embargo “el Goyo”, así no haya secuestrado, torturado, asesinado, será repudiado de por vida por ser militar, valerse de su investidura para violar la Constitución y asumir un gobierno de facto.

En base a cotejar lo mencionado, que orgullo indescriptible, intransferible se siente el cumplir con honor y valor la profesión, misión sin ser funcional a ningún gobierno y tener el carácter como funcionarios encargados de hacer cumplir la ley, de decir las cosas por su nombre y no dejarse intimidar por un poder de facto o democrático. El Frente Amplio también cuenta con sus muertos en él placar, fue cruel en todos los ámbitos con quienes no acompañaron o disintieron con sus políticas – más que cuando empuñaron las armas -, con el beneficio de que la “plebe” además de la euforia de haber contribuido al triunfo de la izquierda, no percibe y cree que bajo un Estado de Derecho todo corre sobre rieles. “Errose”, se cometen tantas arbitrariedades, proliferan los corruptos como en las administraciones más perversas o ilegítimas que se imaginen.

Si bien la Policía tuvo otro encare a partir del 2010, no debe olvidarse el divorcio innato que, desde el pasado trae y posee la colectividad de izquierda con la faceta represiva de las fuerzas de seguridad; así sea en el uso legítimo de la fuerza. Por ello los resultados en materia de seguridad pública no estuvieron a la par de la impronta en recursos que se le otorgó.

La idea era otra, contar con un contingente – al Ejército se lo desmanteló a cambió de concentrar el esfuerzo y presupuesto en unidades especializadas, en condiciones de echar mano y operar ante cualquier amenaza proveniente del exterior, incluso interna – eficiente y efectivo que oficiara de muro de contención ante cualquier insurgencia originada por los propios descreídos, desilusionados con el sistema y agotar, anular la intención violenta del enemigo antes de hacer ingresar al escenario – como ocurrió en el pasado – a los “milicos de cuartel”.

Que por cierto para “les compañeres”, es como “ver a la vaca…”.

Pero mientras el debate insoslayable del progresismo se dirimía entre detener con firmeza el desorden, el delito, lo que pudiera sobrevenir a raíz de ello y, la concepción social de atacar las causas primero, para luego abordar una solución, ya estaba instalada la “quinta columna” y dispuesta en una trilogía estratégica para hacer el juego a contra marcha de los discursos floridos e idealistas pregonados desde siempre.

Entonces frente a la posibilidad cierta, de que la inseguridad fuera el detonante – entre otros – de impedir perpetuarse en el gobierno, “el “Pepe”” Mújica con el número 1, “el “Bicho”” Bonomi con el 2, “el “Ñato”” Huidobro con el 3 y colaboradores – como el segundón de Vázquez, cabeza pensante, hermano del extinto ex Presidente – y otros tantos históricos del movimiento “Tupamaros” y aliados refundaban estos contingentes armados y los conducían con propósitos bien determinados.

En conjunto y en concreto, en hacerles saber a las muchachas y muchachos que no querían estar en consonancia con la Ley que, “el recreo se les iba a acabar” y con ellos no se jugaba. Más aún si implicaba la amenaza de perder las elecciones nacionales.

Ante tales circunstancias “les compañeres” no querían o no podían alzar su voz, pues era ir contra lo que tanto habían luchado, ansiado; y denunciar, evidenciar a los propios era arremeter contra el proyecto y no se les perdonaría. Pese a que hubieron muchos Valenti, Zabalza, referentes de la “guardia vieja” que no callaron, desafiaron y confrontaron con quienes ostentaban el poder; ese núcleo duro con toda la fanfarria atrás de hecho les dio su merecido: los apartó, condenó, trató de traidores, locos quedados en el tiempo o de no interpretar el objetivo colectivo entre coherentes y los que acostumbran a ponerse del lado donde calienta el sol.

Funcionales los hubo siempre y en todos los estamentos: fiscales, periodistas, jueces, militares, políticos, policías, sindicalistas, empresarios y seguiríamos la lista.

De todos modos, a partir del segundo gobierno frente amplista se originó una ola de mancomunada conciencia social, producto del momento histórico, oportunidades y promesas de algo diferente y mejor. Los estamentos de la vida del país, directa o indirectamente, en forma pública o encubierta adhirieron al proyecto soñado – más allá del corazoncito o no – y nadie deseaba quedar fuera, en una especie de compromiso patriótico; la Administración conmino a ello de diversas maneras y estrategias.

Se notó una predisposición singular de la Justicia, el periodismo a título de ejemplo; incluso de la milicia y la policía, recuerdo los dichos de un jefe: “Si esto son los enemigos que no se vayan nunca”. Muchos se hicieron  “fans”, sin descartar el resabio que ya se traía de blancos y colorados.

Ha habido un cambio diametral, perceptible, lejos del alarde habitual de la independencia técnica, profesional, de lo apolítico, imparcial por parte de las organizaciones, sus responsables y operadores; todo funcionaba al pie de la letra y consonancia con la música del auditorio.

Los periodistas han sido observadores sin compasión y críticos de los procedimientos policiales, lo que realizaba la Policía a nivel de intervención con el fin de poner coto y control habitualmente era condenado; sin embargo han   reconvertido dicha mirada. Parece que somos hijos del rigor, la presión y el condicionamiento.

Dar cuenta de la crónica policial ya es como tenerlos de nuestro lado – casi en voceros oficiales -, incluso al grado de llegar a evidenciar, escrachar de diferentes maneras al delincuente, infractor; otro tanto con los protagonistas de los desórdenes generados en el deporte. Suele ser muy excepcional encontrar en la actualidad la interpelación a la Fuerza. Es más, los jueces se pusieron “la gorra” y comenzaron mucho antes – se afianzaron después del 2005 – en procesar no solo hinchas, sino los mal llamados profesionales del fútbol, tristes actores de trifulcas, riñas de las más vergonzosas en el campo de juego; absurdamente y luego de haber efectuado campañas para erradicar la violencia dentro y fuera del evento.

Pero los muchachos que estaban en el gobierno – todos o intercalados – eran ex guerrilleros, idóneos en el arte de subvertir, apretar y demás con sus mandaderos. Contaban con el aparato del Estado – el propio y el alternativo -; ello más acá o más allá genera preocupación, temor salvo raras excepciones. ¿Quién quiere llevarse mal con el poder? Muy pocos diría.

¿Alguien podría suponer que un Juez – con lo celosos que son con este instrumento – autorizara 30 órdenes de allanamiento “al hilo”?, así fuera por motivos del combate al “narcotráfico” y las solicitara un Fiscal, a diferencia de cuando lo requería la propia Policía al estar en vigencia el sistema inquisitivo; pese a que en ambas situaciones la data, información e indicios proviene de esta última o de un denunciante. Con el plus de la experiencia de los magistrados – no ha cambiado -, la cual indica que la mayoría de estos registros arrojan resultados negativos o no proporcionales al objetivo, perspectiva de detener, incautar. Sin reparar en los errores que se comenten, como el ingresar a fincas, casa habitación equivocadamente.

En el tema de la violencia en el deporte, jueces, fiscales, periodistas han llegado a hacer frente común; incluso estos últimos felicitar al Ministerio y la labor de la Fuerza del Orden. Cuestión que era impensable antes, pues era casi cultural arremeter contra los uniformados y después generarse los debates políticos para descarnarlos en vivo, según lo sucedido. Al comenzar estos operadores – entre otros – a ser víctimas de amenazas, patoteo hasta agresiones lo que antes se veía como un problema no solo instalado sino naturalizado y parte del paisaje; se pusieron todos o la mayoría de un lado, lisa y llanamente de los buenos, contrario a lo que bancaron por décadas siendo más fácil ir contra la autoridad policial sin derecho a réplica lamentablemente.

Recuerdan, no hace demasiados años se ensuciaba gratuitamente a la Policía, se la destrozaba directamente. Tanto si arribaba tardíamente a resolver una trifulca en plena tribuna, como cuando se hacía presente en tiempo y forma con eficiencia y lograba neutralizar el desorden; era un clásico acusarla de inoperante o violenta. Solo buscar registros de periodistas deportivos reconocidos – después de un clásico por ejemplo – y verlos vomitar cierto rencor, frustraciones encubiertas.

El “santo y seña” del cambio de óptica general fue: “Frente Amplio – Gobernando”. Los principales ex tupamaros estaban al frente, nenes de poca tolerancia y vocación conciliadora, ante ello nadie deseaba enfrentarlos, menos provocar y recibir la ira, presión si eran cuestionados. En relación con los delincuentes y violentos no jugaban, el mensaje era claro: muchachas, muchachos si bien los consentimos siempre, justificamos sus situaciones, argumentamos que eran víctimas producto del capitalismo salvaje, el consumismo, la economía de mercado y “la mar en coche”, hoy no vamos a permitir que hagan lo que quieran. Ese cuento lo hicimos para ganar, ahora el sistema manda y por más que les prometimos la revolución, fue una pose para transformar el Uruguay pero con su sello.

Ya finalizada la segunda década del siglo XXI, decenas de uniformados fueron asesinados en un incremento importante de la criminalidad, a la vez hubo policías que abatieron a delincuentes. Si bien el probar la legítima defensa es complejo para los operadores de la Seguridad Pública, creo que los jueces son conscientes del momento que se vive y si bien no es la idea que sean permeables, permisivos en cuanto a supervisar el rigor de los pasos a cumplirse para ello; son mujeres, hombres con defectos y virtudes, también pasibles de presiones del ámbito político como de la propia sociedad.

Al ver que, de la misma forma que perdían la vida cientos de ciudadanos por obra de la delincuencia y sucedía lo mismo con los servidores del Orden – los mataban como ratas para robarles la moto o en acto del servicio – y la inseguridad crecía, por sensibilidad, criterio, simplemente humanidad o como le quieran llamar, pusieron las “bardas en remojo” e íntimamente acompañaron el movimiento ante el temor de muy mala prensa; sin entrar en el detalle – humanos son -, de a cuantos sedujo el proyecto político y jugo el corazoncito para alinearse con un mismo propósito.

Además cuando la Justicia empieza a fallar y no ser ecuánime como se jacta, es el primer indicio del tambaleo de la Democracia y que todo da lo mismo. La anomia a su máxima potencia.

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