Personalmente no creo en conspiraciones porque creo en el principio de parsimonia de Okham también llamado «navajadeOkham» por el cual «en igualdad de condiciones, la explicación más sencilla suele ser la más probable». Esto implica que, cuando dos teorías en igualdad de condiciones tienen las mismas consecuencias, la teoría más simple tiende a ser la correcta de la misma forma que un cuchillo corta por su parte más delgada. El primer filósofo «conspiranoico» fue sin dudas René Descartes, el padre de la incertidumbre. Por tanto, nada mejor que empezar por dudar de todo y cuestionarlo todo. El pensador francés utilizó lo que hoy conocemos como método cartesiano de la duda que consiste en el escepticismo metodológico – se duda de cada idea que puede ser dudada. Descartes establece la duda: solo se puede decir que existe aquello que pueda ser probado. Dudaba incluso de su existencia, por lo cual debía demostrar primero su «yo» y luego existir, acuñando aquella célebre frase «cogitoergosum – pienso luego existo«. Si viviera hoy en día, seguramente reclamaría derechos de autor por el guión de la película «Matrix«.

Dudar no está mal. Descartes fue de extrema importancia en el desarrollo del método científico y la búsqueda del conocimiento verdadero. 

Pero incluso para un escéptico contumaz como lo era Descartes, su duda no partía de supuestos o desarrollos hipotéticos sin bases científicas sólidas. Por el contrario, dudar desde la realidad conocida es la única forma de partir desde algún lugar y llegar a conclusiones un poco más cerca de la verdad. 

En medio del mundo distópico que nadie soñó hace más de un siglo y que es tan real como aquel mundo medieval donde la gente moría por la «peste negra«, las voces que denuncian las conspiraciones mundiales se multiplican por miles. 

Son millones los ciudadanos del mundo que no quieren vacunarse, alegando la implantación de «chips» de registro. O incluso la teoría de que los mayores de 60 estorban y la pandemia la inventaron para hacer un control mundial en un planeta que cada vez se nos hace más pequeño. Lo cierto es que hace poco se difundió la noticia de que el virus empezó a infectar más a grupos etarios de menor edad y con eso tiró abajo una de tantas descabelladas teorías conspiranoicas.

Otra que se ha implantado con cierta fuerza en el imaginario colectivo es aquella que cuestiona la rapidez con la cual se está avanzando en el desarrollo de vacunas cuando en otra época se tardaban hasta 10 años. La realidad es que las vacunas de ADN Y ARN son las únicas que se pueden desarrollar en meses en vez de años. 

En el portal español de investigación y ciencia se puede leer: «Para obtener con rapidez posibles vacunas frente a la COVID-19, los investigadores emplean la ingeniería genética en lugar de los métodos clásicos. A principios de abril, cerca de 80 empresas e instituciones de 19 países estaban investigando vacunas, la mayoría de tipo génico, en lugar de seguir los métodos ortodoxos, como los empleados en las vacunas contra la gripe durante más de 70 años«. Es por eso que los tiempos en su desarrollo se han acortado sustancialmente. Los laboratorios predijeron que se podría contar con una vacuna comercial para administración de urgencia o uso compasivo a principios de 2021, algo inusitadamente rápido, si pensamos en los métodos tradicionales que vienen a tardar una década en perfeccionar y distribuir vacunas contra patógenos nuevos. Incluso la acelerada vacuna contra el virus del Ébola precisó cinco años para entrar en ensayos clínicos extensos. Si Barouch (director de virología e investigación de vacunas del Centro Médico Beth Israel Deaconess, en Boston) y sus homólogos logran un remedio seguro y eficaz en un año, será el desarrollo de una vacuna más rápido de la historia.

La razón del cambio de paradigma en el desarrollo de vacunas sin dudas se debe a la necesidad de inmunizar a una población mundial en riesgo de extinción. 

Que no es la única causa de muertes en el mundo también es cierto. Pero no por eso debemos olvidar que mata, se propaga de forma rápida y no genera inmunidad de grupo. O nos vacunamos o no volveremos a la vieja normalidad nunca.

Algunos escépticos piensan que todo es un gran negocio transnacional. Y seguramente será así. Aunque para las farmacéuticas siempre es mejor negocio vender productos de producción milenaria mientras se reducen los fondos de investigación. Quizás sea tiempo de usar la navaja del fraile escolástico y dejarnos de pavadas conspiranoicas. Si usted no cree en la pandemia, al menos crea en la vacuna.

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