Siempre prefiero llamarle “El Milagro de los Andes” y no la “Tragedia de los Andes”, porque sin duda que fue un milagro que luego de más de 70 días hubiera sobrevivientes.
Soy de los que pienso que se podría haber cambiado el Mundo luego de esta experiencia tan dramática que experimentaron.
Pero la mayoría de ellos prefirió ganar dinero con la gran cantidad de productos que crearon con su milagro individual.
Se transformaron en expertos relatores, donde manejan con maravillosa astucia el abanico de sentimientos y sensaciones en cada una de sus charlas.
El relato de las peores y más increíbles experiencias fue comercializado sin piedad.
“Les dije que si era necesario podían alimentarse con el cuerpo de mi hermana y de mi madre” es una de las frases que son puntos muy altos a la hora de “vender” la historia.
A lo largo del tiempo, se han ido perfeccionando y sumando micro relatos que son impactantes.
Aprendieron a relatar, a ser oradores profesionales, actores dramáticos a la altura de los mejores.
Y poco a poco, fueron creando lo que podríamos llamar, “La Industria de la Muerte”, generando facturación a su tragedia personal.
Una gran oportunidad fue ese milagro para cambiar la historia, para una recapacitación colectiva, para que ganen los buenos y pierdan los malos.
La humanidad puede aprender a vivir intensamente, a no deprimirse, a no perder un solo día sin ganas de levantarse, era el mejor ejemplo.
El amor al dinero fue superior al amor de Dios, y como ocurre en la mayoría de las oportunidades, las aspiraciones personales superan por goleada, a las necesidades colectivas.
Se salvaron porque resolvieron alimentarse con los cuerpos de otros pasajeros fallecidos en el accidente, una decisión que fue una comunión, donde “alguien” los llevó de la mano al sentimiento de supervivencia, y lo hicieron.
Respeto sus múltiples libros, sus películas récord de taquillas, e imaginamos sus gordas cuentas bancarias recaudando por contar la historia armada por agencias y gerentes de marketing; pero reitero, vendieron sus almas.
Que Dios los perdone.