Por Autor Anónimo.-

 

¿Ud. conoce mi país?

Cómo le puedo decir… es como el jamón del medio entre dos gigantes… Argentina y Brasil.

Dicen los que saben que está en el tercer mundo y citando a Isabel Allende ¡nunca nadie me pudo decir cuál es el segundo!

Es el país en el que hay más parrillas para hacer asados, que habitantes.

Es el país donde la rambla es un culto, que tiene el carnaval más largo del mundo, el que impuso el chivito canadiense sin ser carne de chivito.

El país donde religiosamente, por lo menos en mi niñez, el menú semanal de las familias se ceñía a un estricto orden gastronómico: Los lunes, puchero… ¡y qué pucheros! Los martes, croquetas con la carne del puchero que había sobrado, jueves, la primera aproximación a la pasta, generalmente mostacholes, moñitas, tirabuzones con manteca y queso, los viernes, pastel de carne con puré de base y salsa blanca bien doradita por arriba, los sábados, las infaltables milanesas de la vieja con puré, y los domingos, ya tempranito de mañana flotaba en el aire el freír de las cebollas, el aroma a los tomates frescos, el tuco para los ravioles, ñoquis, o tallarines caseros.

El país que en cinco horas de viaje en auto uno llega a la frontera con Brasil, paraíso Chuy, donde uno gasta más de nafta que la diferencia de los precios, pero qué placer el tarro de mayonesa de kilo, los garotos, las camisetas Hering, todo esto acompañado de las mayores exclamaciones: “Es increíble lo barato que está todo… ¡si convendrá venir!” Eso le decía mi madre al viejo que con cara de pocos amigos soportaba estoico sentado en su viejo Ford Prefect la interminable recorrida de las mujeres que comenzaba bien arriba en “Modas Victoria” y terminaba bien en la otra punta de la Avenida internacional que separa los dos países en la tienda del famoso Samuel con sus ofertas de 6 cuchillos con soporte de madera por chirolas…

“Qué barato, viejo, ¡llevá dos juegos!”

Los juegos de toallas comprados sin precisar y que hoy duermen muy arriba de un placard con ya visibles marcas de óxido, pero, como dicen las mujeres, “será para cuando se case mi hijo…, o mis nietos.”

El país del “marsellés” bien calentito con manteca que comíamos con la leche de la tarde y con la mermelada casera de duraznos, que se hacía según la vieja, con los que se estaban poniendo “feos”.

El país de las galletitas “María” con dulce de leche, del flan con dulce, de las tortas fritas los días de lluvia, de los croissants, de los pan con grasas, de las milanesas en dos panes, del Martín Fierro con un dulce de membrillo casi negro comprado en la feria y con el queso suizo que mi viejo elegía cuidadosamente por los agujeros.

El país de las buzecas, anunciadas en los pizarrones escrito con tiza y con faltas de ortografía: “Hoy Buzeca Hoy«, de las tortugas con salame o mortadela en los intervalos de las interminables matinés de los cines de barrio, de la pizza a caballo del Rodelú y de Papasso en Malvín. Del Colet en botellita con un yo-yo de la Conaprole; del Oso Polar helados…, de la pizza y el fainá, de las latas de galletitas con un vidrio en el frente que el almacenero agarraba un puñado con las manos y la envolvía en un papel de estraza. El azúcar en pancitos Rausa, los chocolatines Águila en barritas, los chicles Plop, la llegada de los refrescos: La Coral, La Salteña, La Bilz Sinalco, la Crush. Este último nombre usado para llamar a las jóvenes agraciadas de nalgas, porque tenían la pulpa en el culo.

En este país nací yo.

No había televisión y menos Internet.

Las noticias eran lejanas; llegaban por la radio; si un acontecimiento importante había ocurrido un martes, acá llegaba el jueves. Un letrero en la Plaza “Libertad” donde el diario “El País” ponía alguna noticia y nada más…

En la Suiza de América, como le decían al Uruguay, la vida transcurría lenta y plácidamente. La comedia nacional estrenaba ‘M”hijo el Dotor’ de Florencio Sánchez, la clase obrera pasaba por un floreciente momento, los frigoríficos a pleno vendiendo toda su producción a los países europeos y una clase media cómoda; con un empleo bastaba, como mi papá y daba para vivir… bien.

Lo veíamos tan lejos todo ese terror que estaba viviendo el mundo…. ¡Qué país, mi país de esos años! Sin guerras, sin terremotos, sin maremotos, sin nada que termine en ‘otos’; un país, al decir de mi maestra de tercero, con la forma de casi un corazón; de superficie suavemente ondulada, con gobiernos de democracia, ejemplos en el mundo, de enseñanza obligatoria y laica… ¡La pucha…!

En este país nací yo… La Suiza de América.

Y casi no me quedo a vivir en él…

Ya hoy, en el siglo veintiuno, sexagenario, con cien kilos más y con una espalda tipo terraza -gracias al viejo que a los cinco años de edad ya me llevó a hacer gimnasia-, sigo disfrutando… al menos, de los recuerdos de mi querido Uruguay.

‘El Bomba’ me decía: ‘Charli, la vida es como una película que pasa delante de nuestros ojos…

Y tenía razón. Las escenas se fueron sucediendo, sin cortes, para mí y para mi país.

El recuerdo de los abuelos que se fueron yendo poco a poco de a uno y uno todavía niño, un día no los tiene más…

Vivir en el siglo XXI era la fantasía que vivíamos en el cine en las películas de ciencia-ficción, y hoy está acá…

Uruguayos Campeones de América y del Mundo… El ’50 ¡qué año!; cómo será que duró 50 años más, y quién sabe cuántos más habrá de durar.

Yo tenía 4 años y el viejo gritó al lado de la General Electric, con dial amarillo y tela de gobelino en el parlante: ¡¡¡Le ganamos a los brasileros… Somos campeones del mundo…, vamos vieja, vamos chiquilines a 18 de Julio!!!

Allá marchó el viejo Prefect rezongando rumbo al Centro. En el camino, gente a pie con banderas, llorando y gritando: ¡¡¡Uruguay, nomá…!!!

La gente apiñada en camioncitos con los restos en la caja, de repartir verdura en los barrios, con carteles caseros, con palos de escoba en el que colgaban dos chorizos, en alusión al 2 a 1 y en el mejor de los casos, en la gente más pudiente, dos pepinos colgados del espejo de su flamante Buick.

(Todos recuerdos que me fueron trasmitidos oralmente…)

Qué año el ’50… Una semana de feriado nacional, lo que no nos costó nada ya que somos los campeones de los feriados tanto el pueblo como los gobernantes.

Carnaval del 1 de Febrero al 15 de marzo. No le cuento nada de Enero que ni las moscas circulaban en Montevideo. En marzo o principios de Abril, la ‘sagrada’ Semana Santa, Criolla o de Turismo, no importa… No vamo’a trabajar, no vamo’a trabajar… Por el estrés, ¿vio?

O sea que en mi país, La Suiza de América, deberíamos tener un almanaque especial de Abril a Noviembre, porque ya en Diciembre todo el mundo está con la cabeza en las fiestas. Pero sabe, no se lo cambio por nada…

Porque la suerte o quién sabe qué, me dio la oportunidad de viajar por muchos lugares del mundo y no le cambio haber vivido todo eso… ¡por nada!

Este pedacito de tierra Oriental

El… ¡Qué tal vecino!

El, todavía, aire de pueblo

La Rambla

El Carnaval

La parrilla

El discutir de política

El usar, todavía, el tú y el usted

El hablar como hablamos, ni con cantito argentino y ni qué hablar de los brasileros…, ¡no se lo cambio por nada…!

Y con cosas muy nuestras: pipícucú, el domingo se casa Peringo, por si las moscas, agarrate Catalina, papita pa’l loro, nos encontramos en el reloj de la Olímpica, el asiento de los bobos, Ché, vó loco, va cayendo gente al baile (aunque sea del Martín Fierro), la chancha y los veinte reales, chocolate por la noticia, éramos pocos y parió la abuela, ni muy muy ni tan tan, chetos, cambas, lo que no puede faltar en la cartera de la dama o el bolsillo del caballero, sos tilingo, flor de relajo, a llorar al cuartito, a otra cosa mariposa… y tantas más…

Por todo esto y por muchas cosas más… es que quiero tanto a mi país, ¡el más lindo del mundo!

Desde una orilla prestada desde hace 44 años, con la lágrima soldada de la nostalgia

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